Diario de León

TRIBUNA

A la Semana Santa leonesa

Publicado por
Francisco Javier González Rojo
León

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El arte fundamentalmente es creatividad y la cultura básicamente tradición. Hay expresiones artísticas que parecen ir a menos y convertirse en penas culturales como los toros o el circo o la poesía y, de repente, se agotan las entradas para el Circo del Sol o corren por todo el mundo los bravos de los Sanfermines o no se distingue si Sabina y Serrat y Bob Dylan han vendido más discos por las letras de las canciones o por la música que las acompaña. Pudiera ocurrir lo mismo en la Semana Santa leonesa con Genarín y las otras Procesiones. Decadencia o innovación.

Pudiera ser que León no se merezca a lo que está llegando sino que se deba mas bien al carácter de sus gentes. Gentes, por lo general, acostumbradas a rumiar lo que sufren que no dicen, dispuestas a soportar una buena soleadura abrigadas aunque mosquen, a poner cara de pote por hacer lo que no son capaces de no hacer a pesar que no les guste, a pasar la mano por el lomo al que detestan por si acaso, a callar, a aguantar lo que les echen, a marchar para otra parte y no enfrentarse, a darte cumplido un día y al otro te desconocen, a murmurar por detrás sin atreverse, a emigrar. Lo que no quiere decir que no sean valientes, si no queda más remedio, y sean prudentes.

Pudiera pensarse que sus males fueren consentidos Por eso sea que prefieran la escritura como manera de expresar demasiados sentimientos reprimidos y la forma artística para superar la negatividad que las invade. Mas por bien aquí nazcan tantos artistas y tan buenos escritores.

¡A lo que han llegado estos lugares! donde la altivez impide vender aunque sea para evitar pasar más hambre, donde en las iglesias el que llega primero se sienta en los extremos de los bancos a dificultar que nadie pase, donde el escaso valor del minifundio da poder para que no medre el vecino y donde se prefiere no ganar si gana más el otro. Pudiera ser que la idiosincrasia leonesa fuese dicotómica, con otra faz como los astros, la que no se sabe bien el bien de lo que esconde, la del que camina con la cara alta y mira al frente, que si tiene no lo ostenta, formal a carta cabal, cumplidor donde los haya, trabajador donde haga falta, emprendedor y más lejos de su tierra, de mandar entrar en casa, de costumbre a la hacendera y religioso y el que da sin que se sepa. Pudiera ser que ese espíritu leonés hosco y austero fuere también de amistad y de sentir verdadero.

Pudiera ser que León necesite la Semana de Pasión y la otra de Procesión, la del orujo y después la contrición y la de generaciones, la que grita rebelión y la del silencio de siempre. Aquí sobra el que se agarra al puestín por la política siempre a costa de los suyos y ese misín que se abanga a lo que digan de afuera y hace falta invitar la murria del emigrante, el temple del montañés y la lucha de los mineros. Aquí no sobra Genarín, hace falta afamar el resto de Procesiones.

¡Ay del mi León!

Si yo tuviera manos de oración modelaría una Virgen Montañesa con unas trenzas rubias, muy rubias y arrugas en la frente flejando su tristeza. Y si mis dedos fueran imaginación, tallaría esa Rosa de las Peñas con ojos grises claros, muy claros y en sus mejillas dos perlas. ¡Ay si yo fuera escultor!, si yo lo fuere, esculpiría un Cristo grande y fuerte, muy fuerte, el Cristo de los Mineros, mezcla de carbón y hierro. Y fabricaría unos tronos con vagonetas de acero y andas de penas muy largas con los mejores maderos, para así poder pujarlas, entre ramos de laurel, pendones y pendonetas, con gemidos de rabel y clamor de panderetas, a que las pudieran ver en la Semana Santa Leonesa.

Que los jóvenes leoneses las lleven en procesión en día de flores negras y faroles de pasión con hábitos de penitencia y en sandalias de silencio al redoble de tambores y pasodobles de viento. Que brazos de nervio y hebras las enseñen por León en noche de limonada a hombros de devoción. ¡Que las levanten al aire! ¡Que se vea ese cimbreo! ¡Que se note ese meneo! ¡Esos bailares con ritmo! ¡Ese voleo! y ese Cristo por los cielos, y,¡hele ahí!, un aplauso irreverente de ánimo a los braceros.

¡Ay Semana Santa leonesa de recogimiento y celo! Que acudan de todas partes los papones a ese duelo, leoneses de alma y esfuerzo, que se unan al cortejo. ¡Que vuelvan los emigrantes! ¡Que vuelvan de su destierro! Que no llueva, que las bandas sean los truenos que acompañen las imágenes, color de dolor sincero, con redobles de tambores y pasodobles de viento. ¡Que las lancen por los aires! ¡Que les den vuelo! ¡Que se note ese cimbreo! ¡Que se vea ese meneo! ¡Ese bailar a buen ritmo! ¡Otro voleo! y la Virgen por los cielos.

Que lágrimas entre la gente reverencien el paseo al rezar el sufrimiento de aquellas que llevan velo tras sus pasos por callejones estrechos que angustian los corazones como cilicios muy prietos.

¡Ay Semana Santa leonesa de mantillas y de negro! que esos nubarrones llenos suelten sus penares luego cuando callen los tambores y la música de viento, con el último cimbreo y ese último meneo, León vista de magenta, se prenda en los cirios fuego con el último voleo y Cristo ascienda a los cielos.

¡Ay si yo fuera el herrero de lo eterno!, de lo eterno, y si fuese el orfebre del universo, forjaría ese espíritu leonés que sube y sube a golpe de sus valores y brasas de sentimientos y al temple lo ensamblaría al cuarzo callado y frío de cristales de esperanza y tintes de desespero, para colgarlo allá arriba, ¡a que se vea!, de lo más alto, ¡de la luna!, de la misma lucera del firmamento.

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