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San Isidoro y las cabezadas

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Es una fiesta multisecular en honor de San Isidoro, que, en palabras de Antonio Viñayo, «para los leoneses es el vecino protector de León y de su templo, a quien juraron que jamás sacarían de su iglesia, y que anualmente acuden a ofrecerle el cirio de arroba y de pura cera de abejas, en la fiesta más típica y más folclórica de cuantas se conocen en la ciudad, llena de tradiciones y de tipismo, y que el pueblo conoce con el nombre de ‘Las Cabezadas’ (…) sometidas a un complicado y puntilloso protocolo medieval». ( El Misterio Eucarístico , discurso de toma de posesión como académico en la Real Academia de Doctores. Madrid. 1998. pg. 29).

Como es de dominio popular, «Las Cabezadas» es denominación del pueblo leonés, que resume así las tres profundas inclinaciones de cabeza que, simultáneamente, realizan los miembros del Cabildo Isidoriano y los componentes de la Corporación Municipal a manera de despedida a la finalización de la citada fiesta, cuya celebración, desde 1972, se lleva a término el último domingo de abril.

En dicha dominica, poco antes del mediodía, el Corregimiento, «en forma de ciudad», se encamina hacia la Basílica dedicada al Doctor de las Españas. Porta el Pendón Real de León. Y lleva dos hachas de cera y un cirio de arroba, miniado con la imagen de San Isidoro y el escudo de esta antigua capital del Viejo Reino. A poco de iniciar el trayecto establecido, el corregimiento se detiene y entrega al párroco de la iglesia de San Marcelo, que aguarda en la puerta sur del templo dedicado al patrón de la ciudad, otras dos hachas de cera, en concepto de limosna, tal como establece el Marqués de Fuente Oyuelo, en las Políticas Ceremonias , en el capítulo XXXII. Luego, orienta su andadura hacia la citada Basílica donde reposan, desde el 21 de diciembre de 1063, las cenizas del Doctor Hispaniae. Una vez que alcanzan la plaza, los munícipes aguardan la presencia en el atrio del Cabildo Isidoriano. Son testigos de excepción, las autoridades eclesiásticas, civiles, militares y académicas, las damas y caballeros de la Muy Ilustre, Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro, y un numerosísimo público.

Cuando el cabildo canonical ocupa su lugar a la sombra de la Puerta del Cordero, emisarios municipales se desplazan en busca del abad isidoriano que, luego, va al encuentro del Corregidor. Después de los saludos de rigor, tomados del brazo, ambos se encaminan hacia el claustro procesional. Hasta allí les siguen, interpolados, canónigos y ediles. Aquel espacio comenzado a erigir en el siglo XVI será el escenario del acto propiamente dicho, en el transcurso del cual, con la misma vehemencia que el síndico municipal, en sus tres alocuciones, engalanadas de fervores históricos y religiosos y revestidas de leonesidad, defiende con valentía y sin tapujos que la ofrenda es voluntaria, el capitular, en otras tres intervenciones, y como no puede ser de otra forma, argumenta y defiende a brazo partido que la entrega constituye un foro en toda la regla. Y, claro, no hay acuerdo. Los secretarios, lo mismo el municipal que el colegial, cada uno por su parte, levantan la correspondiente acta. Y a continuación, el alcalde de la ciudad de León entrega al abad de San Isidoro el cirio y las dos hachas. Seguidamente, se celebra la solemne Eucaristía y finalizada ésta llega la despedida, que ya hemos comentado antes, con las consiguientes «cabezadas».

Los vínculos tradicionales de esta ceremonia del Foro u Oferta tienen unos lazos indesligables. Y sitúan su origen en el año 1158. Entonces, una pertinaz sequía asolaba los campos leoneses. Lucas de Tuy, lo refiere en el capítulo XLI de los Milagros de San Isidoro , donde narra «cómo el cuerpo de San Isidoro fue sacado de su iglesia al campo en procesión, y después no le pudieron mover para tornarlo, hasta que la reina Doña Sancha, su esposa, con todo el pueblo hicieron gran plegaria por causa de esto». Y allí puede leerse: «Y plugo al Señor de oír las voces de su pueblo, de tal manera que así como la reina con sus manos tocó las andas en que estaba el santo cuerpo, luego se movió aquel lugar, y todos tuvieron gran temor y se espantaron de verlo, y por voluntad e inspiración de Nuestro Señor se llegaron luego allí cuatro niños chiquitos y levantaron las andas, las cuales cuatro hombres muy valientes apenas podían levantar, y como el pueblo y la reina lo vieron, quedaron muy maravillados…».

La infanta-reina Doña Sancha era tía de Fernando II y hermana mayor de Alfonso VII, el Emperador. Veló y ayunó tres días junto al pueblo fiel por los hechos que se exponen. Luego impetró el favor de San Isidoro con ruegos de esta índole ( España Sagrada, XXXV, pg. 213): «Oh, muy amado esposo, óyeme ahora, y duélete del pueblo de León que llora por verse desamparado de tu ayuda y compañía».

Doña Sancha era soltera. Ahora bien, se consideró siempre esposa de San Isidoro. Murió, doncella, el 28 de febrero de 1159. Sepultada en el Panteón de Reyes de la Colegiata isidoriana, por su vida ejemplar, en su epitafio se grabaron calificativos de este tenor: «Espejo de España, belleza del orbe, gloria del reino, culmen de justicia y cumbre de piedad, conocida en todo el mundo como santa por sus méritos».

Manifiestamente, la fiesta cívico-religiosa de «Las Cabezadas» está entrañada en el alma popular de los leoneses. Y en el catálogo de sus tradiciones está marcada con piedra blanca.

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