Diario de León
Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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Entró Jaume Matas en la cárcel como si lo hiciera en piscina privada, airoso, rumbero, solito, con bolsa de deporte a la espalda y chándal de táctel. Parecía que iba a salir una hora después, duchado y repeinado, oliendo a Old Spice después de un partido de pádel frente a compañeros de chanchullos, silbándole a las fisioterapeutas y palmeándose con toallas en la ducha. No, definitivamente no era la escena esperada.

Uno piensa que en la cárcel se debería de entrar siempre de forma épica y doliente, a la manera de El Lute, con una ceja partida, el brazo en cabestrillo y entre dos tricornios malencarados; verdaderamente jodido por haberse dejado atrapar pero a la vez con una grave dignidad de raposo tiroteado que vendió cara la pelleja. Ahora se accede al centro penitenciario con la cabeza bien alta y pasando la tarjeta de socio por el torno.

Dentro, sabe Dios lo que hará esta gente. Se apuntarán a clases de zumba o de cerámica popular, harán tai-chi y leerán novelones. Tendrán tiempo para pensar y conocer gente. Seguramente cerrarán futuros contratos, urdirán los enredos del mañana, compararán con otros capos mañas y ardides, se enterarán de la existencia de paraísos fiscales antes ignorados. E intercambiarán apretones de manos cuando, tras unos cuantos meses o años, se vean de nuevo en la calle. Es el caso del ex presidente balear y también de Bárcenas, el personaje más chulesco de la política española de las últimas décadas, mirada desafiante y apandadora; de José Luis Baltar, heredero de la oronda saga de los caciques galaicos, en el banquillo aunque finalmente no se verá entre rejas; y de Carlos Fabra, inquietante aparición tras las gafas fúnebres, estampa de enterrador posmoderno o de supervillano de tebeo —se le echa en falta un gatito blanco entre las manos—. Todos estos y otros que vendrán evadieron, defraudaron, malversaron y exprimieron las virtudes de su puesto sin imaginar que también para ellos existían normas y jueces, y cárceles de donde uno no puede salir aunque lo quiera.

Entrarán en chándal, harán gimnasia, representarán una obra de Alfonso Paso en el salón de actos...

Pues sí, pero están en la cárcel.

En el maldito trullo.

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