Diario de León

TRIBUNA

Recuerdo de prieto picudo: una cata de palabras

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Ya ha llovido desde que vio la luz mi Diccionario del vino en los Oteros, allá por 1993, pero su esencia sigue intacta. Su destello o estrello sigue en pie, con más pujanza que nunca, con más solera y añadas. Y es hora de que los leoneses, sin menoscabo de otras denominaciones o variedades, pongamos en lo más alto la aguja de este buen vino, del prieto picudo. Antes se estilaba más el clarete o rosado, incluso algún bodeguero no entendía cómo se había pasado al tinto tan fácilmente. No lo entendía, salvo que el reclamo por el tinto era algo in crescendo y había que estar al loro si querías vender vino. Había que ponerse a la cabeza con la elaboración del tinto prieto picudo. Y, a decir verdad, se le augura un éxito sin precedentes, un potencial fuera de toda duda. Quizá el tiempo nos dará o quitará razones para no pensar lo contrario. Lo cierto es que el tinto parece que gana terreno y quién sabe si mañana —tal vez, ya— adquiera el prestigio que bien ganado lo tiene el clarete.

Mi loa va hacia el vino de bodega, hacia ese vino que me acompañó tanto tiempo durante mis entrevistas por tierras de los Oteros. Reivindico ese vino porque me lo ofrecieron sin nada a cambio, porque me regalaron el vino y un montón de palabras adheridas. Este tesoro es aún mayor que el propio caldo. Las palabras están ahí, persistirán eternamente. Vendrán otras culturas y echarán mano del libro como una reliquia, pero se asomarán a un pasado tierno y rico y se pondrán nostálgicos. La herencia no puede ser más ambiciosa. Y toda ella es fruto de la generosa sabiduría del pueblo oterano. Viene a cuento ahora que estoy ultimando un trabajo de campo sobre las herramientas de los Oteros. Herramientas que poco a poco van quedando en desuso, quizá malvendiéndose, tal vez colgadas como adornos, quizá muertas o enterradas al pie de casas ruinosas. También aquí los oteranos me han regalado su saber a cambio de nada, a cambio de un rato perdido para ellos. Pero con este destello todos ganamos. Gana la sabiduría de los mayores, herencia que no tiene precio ni parangón.

Por mencionar alguna palabra que me viene a la cabeza diría «el vino aceitoso o aceitado», que había que desdoblar; la tarea de «amuzar» la cepa o limpiarla para que luego «arrechara» o brotara; el «carriego» o cesto que podía hacer de 70 a 100 kg. de uva, método habitual para transportar la uva a la bodega; la viña o «barcillar»; la «carrilla» o carretilla; el «cobrar los pisos» cuando un forastero se casaba con una del pueblo: solía ser una cantidad de vino, en consonancia con el poder adquisitivo del novio. Si el novio era del pueblo «pagaba la patente»; la «conrobla» o pago al cerrar el trato en una venta de vino: solía correr a cargo de quien mejor parado quedara; vino «en rama» cuando el vino era de puro prieto picudo; «echar la madre», es decir, echar racimos enteros en la cuba para que cogiera más aguja; el vino «entoldao» o turbio; la «sisina», el hueco de la cántara para rellenar los bocois del comprador: de paso que se medía se sisaba algo, etc.

Si unimos estas y muchas más, ya recogidas en el Diccionario, a las que pudieran ver la luz del nuevo trabajo, como «ahozar» (afilar la reja del arado), el «dental» del arado, el «arcial» para que no mordiera el animal, los »tiros» del aparejo de la caballería, la «media luna» del guarnicionero, la «artesa», el «bieldo», la «escardadora», el «rastrillo», el «yugo», el «arado», los «chanclos», la «faldriquera», la «rodea», la «hemina», la «fardela», la «orza», el «pajoso»… nos daríamos cuenta del fastuoso elenco de voces que el pueblo lleva dentro y que otros queremos dar a la luz para que quede constancia de esta sabiduría ancestral.

No quisiera acabar sino mirando al enunciado del texto: el prieto picudo está en la cima y es tarea de todos que arraigue y se quede con nosotros. Es único, ya que esta variedad solo la tenemos en León, así que no nos hace falta mirar para ningún lado. Los que me han instruido saben bien qué uva y qué vino tenemos. Los Lucio, Cayo, etc., las cooperativas y tantos y tantos viticultores están afinando en su perfección. Nunca me olvidaré de la ayuda de estos amigos de Cubillas que tan bien hacen las cosas, de tantos que aparecen en el libro y no puedo citar por espacio. Y también recordaré ese primer vino que sale de la uva sin pisar, pura delicia para el paladar. Con razón ese cubeto estaba reservado para las mujeres, aunque yo tuve el singular privilegio de probarlo gracias a Moisés, de Pajares. Ese vino que llevaba por nombre «estrelle», «estrello». Pura delicia para el paladar. Si vais por cualquier lugar de los Oteros preguntad por él, quizá aún se haga si todavía conservan esas afortunadas tradiciones.

Espero que esta cata de palabras te abra el apetito y te des un garbeo por el bar más próximo y degustes el prieto picudo. Es el mejor homenaje a tanta sabiduría hecha cepa por las tierras de León. Pruébalo y ya me dirás. Para el vaseo puedes elegir el rosado; para una comida, a tu gusto. No te arrepentirás.

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