Diario de León

TRIBUNA

La lectura, una etapa mal diseñada

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Cuando pienso en la lectura me vienen algunas consideraciones de mi infancia, cuando la práctica del fútbol —digo fútbol, porque era casi el único deporte posible— nos liberaba del aburrimiento y del tedio veraniego. Y sin embargo nuestras madres erre que erre nos reprochaban este dispendio innecesario. No sabían que estábamos ganando sociedad y compañerismo, espíritu deportivo y afán por la victoria. Otra cosa son los derivados, a veces de mal gusto. Lo mismo se podía decir de la lectura, una tarea que te absorbía y te arrinconaba. Con frecuencia te echaban en cara esa pérdida de tiempo con los libros, con esos libros ajenos al devenir escolar. Como si solo importaran los deberes y el estudio. Y ¡qué equivocados estaban!

Por eso entiendo a muchos adultos que apenas echan un rato en la lectura. No han cogido el hábito necesario para «perder» el tiempo en ese noble ejercicio de trasposición. Porque eso es la lectura, un ejercicio que te transporta a lugares y situaciones impensadas. Si, además, lo saben contar, miel sobre hojuelas. Leer es viajar sin moverse del sitio. Leer es olvidarse de todo por unos momentos y habitar otros mundos posibles. Tal vez por estas consideraciones merezca la pena la lectura. A esto se le puede añadir la plusvalía del aprendizaje. No hay mejor ejercicio para aprender a expresarse que la continua lectura. A veces, la lectura suple todo estudio posterior. Y este hábito puede que de mayor nos salve de muchas lagunas y aburrimientos.

Entonces, en la escuela o en el instituto, ¿se debe leer? La contestación parece meridiana, incuestionable. Quizá son los lugares más propicios para la adquisición de este hábito, aunque si lo observamos en las casas el arraigo será mayor, más sólido. La lectura crea adictos y es ejemplarizante.

¿Qué debemos leer? No estoy muy de acuerdo con las lecturas adaptadas de ciertos libros, en concreto con las adaptaciones de los clásicos. Si entendemos que un alumno no puede acceder a su lectura o le cuesta mucho, retrasemos su imposición. Habrá tiempo más adelante. No es bueno que lea una versión actualizada de libros contrastados. Sería preferible que se leyeran en el aula. Sería aconsejable que se leyeran algunos fragmentos, antes de dar una versión inadecuada de la obra original. Y quizá haya que retrasar esas lecturas un tanto complicadas para cursos superiores.

Ya sé que los programas imponen unas lecturas obligadas. Deberían sugerirlas, en todo caso. La lectura está por encima de esa imposición, en ocasiones, perjudicial. Muchos han abominado de la literatura por esa tentativa a iniciarles en lecturas poco aptas a sus intereses y circunstancias. Dejemos amplia libertad en los gustos personales. Lo importantes es que se lea, sea lo que sea, aunque siempre conviene que supervisemos este aspecto. Ya llegará el momento de que el alumno nos pida un libro más difícil, de más enjundia literaria. Además, el hábito debe ajustarse a cada cual y no todos pueden o quieren circular por el mismo carril.

A decir verdad, yo sugerí más de una vez que no fuera obligatoria la lectura. Y no se me hizo caso. Pretendía que fuera un acto voluntario, aunque de gran valía para la materia. Pero no forzoso. Quien no leyera tendría una nota baja. Quien no leyera tendría un camino más difícil a la hora de avanzar en la comprensión y la expresión. Y esto afecta a todas las materias, no solo a la lengua y literatura. Conviene leer porque aumentamos el vocabulario, aprendemos a escribir mejor y nos capacitamos para comprender mensajes de cierta dificultad. Esto es válido para cualquier asignatura. Quizá sea este el camino que debemos emprender en la enseñanza. Fomentemos la lectura con comentarios, con sugerencias, con propuestas, con concesiones. Fomentemos la lectura porque nos ayudará a avanzar más y mejor.

Pero habrá un porcentaje reducido de alumnos que no querrán engancharse al carro. Dejémoslos. ¡Qué más da! Tal vez algún día se convenzan de la conveniencia de leer y no pararán. A veces, la lectura es una consecuencia de algún viaje o de alguna película o de algún suceso. Recuerdo que en determinada ocasión una alumna me dijo que había leído el Quijote después de haber hecho la Ruta. Hasta entonces no se había acercado a su lectura y bastó la chispa del viaje para que se pusiera en marcha el gusto por este libro.

Nunca es tarde. Ese día seguramente fue el inicio de una serie de lecturas sin interrupción. Irrumpió en su mente la necesidad de revivir aquellas fantasías entreveradas y se puso manos a la obra con la ingente y peliaguda novela cervantina. Este es el camino.

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