Diario de León

TRIBUNA

Viaje al noroeste ibérico

Publicado por
Carlos Cuesta.
León

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Dejando atrás el viento y la distancia de las sensaciones cantábricas, asturianas por más señas, se toca León, esa provincia sentida que rompe la propia geografía entre adustas estribaciones, brezos, escobales, manzanilla, tomillo y en territorio fluvial fresnos, chopos y sauces. Ya en orografía suave y benéfica, ribera, páramo, iglesias santificantes y vides multiplicadoras donde sobresale el Prieto Picudo, variedad vinícola, histórica, entera y recuperada. Más allá, la gran meseta cerealista, hortelana y artesana con Benavente de nudo gordiano y comunicativo. En la Puebla de Sanabria huele a tardía lluvia estival mientras el río Tera desciende ansioso en busca de su caballero gentil y romancero, ese Duero cantor, peregrino y regante que marca paisaje desde Urbión hasta el Atlántico.

En esos rincones graves y afónicos de la vieja Zamora, fronterizos, amenos y largos como pocos, la piedra se convierte en belleza y verdad, en historia y vida, mientras la fortaleza dominante cubre con su estandarte de pasión bélica el caserío circundante y poblano. Y entre piedras, muros, plazuelas, iglesias y ermitas, con el trasfondo herreriano y barroco, la gastronomía indígena define el espíritu sanabrés presidido por carnes omnipresentes de Aliste o Sayago, los boletus edulis de la heredad nutricia, los habones, quesos y vinos terrenos cargados de esencia animosa y convertidos en bocados excelsos en la casona de la Posada de la Puebla, invitan al viajero a encontrarse con la sabiduría y el quehacer guisandero en forma de viandas suculentas.

Abandonando Sanabria con los altos del Padornelo y la Canda de atalaya amistosa y mística, la apertura orográfica de la tierras de Ourense envueltas en vides, manantiales, monasterios, buhoneros, pulpeiras y caminos infinitos donde los pazos episcopales y aristocráticos adornan con su firme estructura pétrea y sentimental el panorama visual y atrayente. Es el caso del pazo de Bentraces, sujeto a su definición histórica y vestido de secular foresta ambiental y turismo rural por todo su cuerpo lineal y jardinero. Ángeles y Guillermo dan vida con intensidad gallega y amor sentido a su Casa Grande entre sabores de almofía, pasamanos, cadalechos, alfombras, palmatorias, trebejos y parloteiros.

Más adelante entre pazos, ribeiros, termalismo, parlamento y versos de Otero Pedrayo se alcanza la raya portuguesa del Minho, un río galaico y testigo de imprevisibles correrías, jalonado por castros ribereños, abundosas lampreas, barcazas y fortalezas húmedas y graníticas. Vila Nova de Cerveira. Caminha y Viana do Castelo, revelan el aire marítimo del nuevo Portugal norteño garantes de la tradición más barroca y manuelina y abiertas al esplendor comercial del futuro cercano.

En las proximidades de Oporto y lamiendo el interior fluvial se descubre el sentir íntimo y misterioso del río Douro. Meandros imposibles, aguas silentes, riberas boscosas, sonido profundo y evocador, nieblas matinales y caseríos pegados a las suaves colinas en los viejos bancales vinícolas donde el vino verde surge en la atardecida otoñal como un refrendo de esfuerzo, vocación y turismo. En Castelo de Paiva las aguas verdes, amplias y conmovedoras del Douro se muestran al paisaje agarradas a viejas sensaciones y nostalgias de fado en un lamento fluvial que engancha y atormenta. Belleza, gozo y evocaciones románicas ensambladas en una sinfonía muda donde el silencio campa cetrino en un timbal de emociones, respeto y tradición. Estos antañones entornos de bandeirantes aguerridos suponen una gran tesela en el vistoso y agradecido mosaico portugués, y en sorprendente contemplación en un delicado decorado natural.

Y mentando el arte románico hay que acercarse a oler la piedra al Monasterio de Paço de Sousa en los entornos de Penafiel. Aquí entre las paredes pétreas se esconden los secretos de generaciones destacando unas de las obras maestras del arte sepulcral románico en tierras lusas, la tumba de Egas Moniz, el famoso ayo del primer Rey de Portugal. El siglo XII fue un periodo agitado y convulso entre el rey de Portugal, Afonso Henriques y Alfonso VI de Castilla. Egas Moniz un descendiente de los señores de Ribadouro, fuel fiel maestro de Afonso Henriques que con su valentía y astucia dictó las líneas que condujeron a la independencia de Portugal. Egas Moniz negoció la paz con Alfonso VII a cambio de la lealtad de Afonso Henriques que acabó por romper la promesa. La leyenda recuerda que para salvar su honor y el de su rey, Egas Moniz viajó a Toledo con su familia presentándose ante el rey de Castilla descalzo y con cuerdas al cuello. Este acto de heroísmo y lealtad le valió el perdón de Alfonso VII y la admiración intensa de Afonso Henriques…

Y entre leyendas vivas el Douro navegable y afectivo sigue su caminar hasta ese encuentro marítimo y enamorado en el vetusto y cantista Oporto-entre gabarras y bodegas-donde el mar lo recibe abierto, atlántico y tocado de certidumbre, bondad portuguesa y colonial. Y toda esa corriente acuática se observa adornada y gallarda con sonido evocador y ronco de ensueños, siempre acompañado de besos en portugués y español.

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