Diario de León

TRIBUNA

El aula, espacio de respeto y amistad

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En el aula hay libertad de cátedra, por más que de vez en cuando, sobre todo en momentos de regímenes dictatoriales, hubiera censuras preventivas y correctivas. No sabemos si esas intromisiones se debían a la colocación de micrófonos o a los manidos chivatazos. Hoy, seguramente, los medios serían más sofisticados y podríamos hablar de vídeos que captaran todos los movimientos y diálogos. Sea lo que sea la libertad de cátedra siempre estará constreñida por ciertas prevenciones de carácter moral, político o religioso. Por mucho que nos empeñemos en ser neutros sin querer nos retrataremos delante del auditorio que tenemos delante y, tarde o temprano, si nos propasamos, se enterará el director de turno. Quizá sea su obligación. Quizá deba mirar por un buen funcionamiento colectivo y eso conlleva tener atados todos los cabos de la nave estudiantil. Pondrá chivatos o saldrán voluntarios, pero los directores saben con quiénes se juegan los cuartos al cabo de cierto tiempo. De cuando en cuando dicen «si yo hablara...». Es así. Creedme.

Pero en el aula el profesor debe enseñar su materia, fundamentalmente. Eso no quita para que hable de otras cosas, para que indique algunos comportamientos desviados, comente la actualidad. No es ajeno al devenir cotidiano, aunque su faceta básicamente es enseñar la materia correspondiente. No en vano algunos padres muestran su desagrado cuando el profesor se propasa en este sentido. Los padres deben dirigir la educación de los hijos, es su máxima responsabilidad. También hay padres agradecidos por la influencia positiva hacia sus hijos de algunos profesores. De todo hay.

Por eso, entiendo que en el aula se puede hablar de todo, con el máximo respeto de unos con otros. Es cierto que hay unos objetivos que cumplir, que hay un programa diseñado para avanzar satisfactoriamente en la materia, pero la realidad, a veces, nos permite desviarnos un tanto y atender a otros menesteres. Son apartes morales que nos ayudan a sobrevivir, que sacan el lado bueno de la persona. No podemos mirar para otro lado si observamos violencia o abuso. En esos momentos el profesor se debe mojar y dar salida al lado bueno de la vida.

Antes, los padres daban la razón sin más al profesor. Ahora, suelen cargar las tintas sobre el profesor. No es de recibo que por un mero roce con el alumno, por una leve indicación, te formen un juicio severo. ¿Por qué? Está más que olvidado el castigo físico. Eso ya no se estila, nos suena a pasado, a decimonónico. Pero tampoco podemos llegar al colmo de que un leve contacto se tome como agresión. «No me toque», dicen algunos alumnos desde su orilla. Hemos pasado en unos años de la total obediencia al superior al desprestigio más intolerante.

En el aula, el profesor debe imponerse a través del diálogo y su sabiduría, debe hacer posible el intercambio de pareceres, incluso en aquellos lances de mayor dificultad. Siempre aparece algún alumno que destaca. El profesor es el que enseña, pero en ocasiones también aprende de quien menos se lo espera. El diálogo es el que les hará avanzar hasta donde la mente lo permita. El clima de diálogo, además, permitirá descubrir las lagunas que hay en el llano del saber. Y el profesor surtirá de agua esos espacios, para que el alumno se sirva a discreción. El diálogo recubierto de respeto y amistad es el instrumento más poderoso para conseguir alcanzar los objetivos más ambiciosos. Fuera de este cauce todo será un fraude.

Es bueno que el profesor no desconecte de la realidad que le invade; es bueno que trate de conectar con el entorno del alumno y que, de vez en cuando, baje a la arena de lo que se «cuece» por la calle. Esa faceta es tan importante como la continua formación del profesor. Ambos lados enriquecen el intercambio y hacen más verídica la tarea escolar, la hacen más humana.

Ahora, en estos momentos de cierta incertidumbre e intemperie, conviene que cada cual esté en su sitio, sin que eso suponga una frontera insalvable. Como las olas que van y vienen, así debe fluctuar el acercamiento y la distancia entre las dos figuras del estamento escolar: profesor y alumno. Acercamiento en el método didáctico y distancia en el respeto mutuo.

El aula debe ser un ensayo de convivencia real: una persona —el profesor— lleva el gobierno del grupo; la variada procedencia de los alumnos ofrece un cuadro de riqueza lingüística inestimable; el respeto en el aula hace posible la integración de las distintas culturas; la cooperación de los alumnos elevan el nivel de compromiso social; la distinta progresión de cada uno afianza la evolución sicológica de la persona. Todo este conglomerado de circunstancias resume la difícil misión de aunar respeto y libertad en ese espacio reducido del aula. Pero el ensayo está en marcha y la sociedad nos espera a la vuelta de la esquina. Quizá la amistad —el amor— sea la llave de todo este complejo vaivén de sensaciones encontradas.

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