Diario de León
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Cayetano gonzález
León

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El PP y el PSOE -los que por el momento son los dos grandes partidos nacionales que se han turnado en el Gobierno de España desde la transición democrática- no saben cómo hacer frente al clima de corrupción que lo inunda todo. El problema no es que no se pongan de acuerdo entre ellos para luchar contra esa lacra, sino si a estas alturas resultaría creíble un pacto o unas medidas regenadoras, impulsadas y apoyadas por quienes a ojos de la opinión pública se han convertido ya en parte de problema y no de su solución.

Es verdad que en pura lógica democrática se debe de exigir más a quien está en el gobierno que a quien, porque los ciudadanos así lo han decidido en las urnas, ocupa la oposición. Es verdad también que el PP ganó las elecciones generales de 1996, tras catorce años de socialismo en el poder, con la regeneración política como bandera, tras unos últimos años del felipismo en los que los casos de corrupción eran noticia prácticamente diaria, tal y como está sucediendo en la actualidad, con la diferencia que si hace veinte años, la corrupción afectaba casi exclusivamente al PSOE, ahora, el PP se ve muy salpicada por ella: Gürtel, tarjetas opacas de Caja Madrid (aunque en estas hay afectados de todos los colores) y en los últimos días, la Operación Púnica, con el que fuera número dos del PP de Madrid, Francisco Granados y el Presidente de la Diputación Provincial de León, el también popular Marcos Martínez, como dos de los principales imputados por el juez de la Audiencia Nacional, Eloy Velasco.

Por eso no es de extrañar que según las últimas encuestas conocidas en los últimos días, Podemos sea ya la primera o segunda fuerza política en intención de voto en unas hipotéticas elecciones generales. Nunca antes en España se había producido en fenómeno similar. Con tan sólo nueve meses de vida, un partido político es capaz de sacudir con tanta fuerza el tradicional mapa político español, rompiendo el bipartidismo PP-PSOE y engullendo prácticamente a lo que quedaba de Izquierda Unida.

Se podrá criticar, y seguramente con mucha razón, todo lo que se quiera del populismo de Podemos y su semejanza y simpatía con regímenes tan abyectos como el castrista de Cuba, el venezolano de Chaves-Maduro o el bolivariano de Morales. Pero lo cierto es que su discurso contra lo que ellos llaman la «casta» política ha calado entre la ciudadanía y muchas de las cosas que critican y dicen sobre esa «casta» tienen mucha razón. Por eso, los dos partidos tradicionales, PP y PSOE, tienen un grave problema: a estas alturas ya resultan muy poco creíbles sus esfuerzos regenadores. Llegan tarde y la confianza que suscitan sus intenciones entre la ciudadanía es perfectamente descriptible. Si algunos dirigentes de esos partidos no se han enterado todavía, lo podrán comprobar en las urnas en muy pocos meses.

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