Diario de León
Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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Aúlla el viento mientras se dedica a perseguir el horizonte de las Tierras Altas de Soria y en su recorrer azota implacable la piel encallecida de esos páramos y de esos montes silenciosos. Desde las cimas del Moncayo y de los picos de Urbión deciden el cierzo y la helada bajar a tomar posesión del mundo, pues son dueños absolutos de muchos kilómetros de soledades, y cuando encuentran un pueblo lo acorralan y acosan como una hueste de descarnados lobos grises, y luego se marchan galopando por entre las calles desiertas. En las pocas viviendas habitadas, los vecinos —una nueva calidad de supervivientes— contemplan el fulgor azulado de los televisores, petrificados en sus cocinas. Afuera sólo reinan el abandono y el viento.

Así pasa todo lo largo de las serranías ibéricas, en los altiplanos y parameras de Teruel y Cuenca, y en los recodos alcarreños, en las largas llanuras de la Vieja Castilla, ese inmenso sueño de tierra. Así transcurren las noches profundísimas en los valles leoneses cercados de pantanos y prados hechos maleza, y en las riberas calladas. Una aldea tras otra, un pueblo tras otro, procesión de cascarones vacíos. En las pantallas, los descreídos habitantes de estas Siberias olvidadas, de estos Oestes sin ley, observan cómo gentes que parecen vivir a años-luz de distancia hablan y hablan como muñecos de cuerda. Unos de independencia (¿y cuántos hijos de estos vastos destierros lo dejaron todo para insuflar sangre y vida precisamente a aquellos lugares que ahora amagan con cortar amarras?), otros de sacrificios necesarios (¿saben que quedarse y trabajar el campo es tarea de titanes por trabas burocráticas e inversiones ciclópeas?) y algunos más, de corrupciones y robos millonarios (pero la inseguridad que impera en muchos de estos lugares dejados de la mano del Estado resulta espeluznante). Hace poco, una política catalana se sentía «empujada fuera de España». Paradójica y tristemente, señora, donde mejor pueden entenderse esas palabras es en el propio interior del país, entre carreteras secundarias y palomares en ruina. En pueblos cada vez más arrinconados y cada vez más solos cuya patria anhelada se llama nostalgia de un tiempo lleno de gente, costumbres y trabajos de cuyo paradero nadie tiene noticia alguna.

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