Diario de León
Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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Como vi a aquel tipo caminar hacia mí con tanta determinación, y además hablando en voz alta, lo tomé por un conocido, por una de esas personas a las que alguna vez te unió algún tipo de vínculo pero que ya no recuerdas exactamente cuál, tampoco su nombre ni ninguna otra seña ni pista sobre quién carajo pueda tratarse, así que empecé a ensayar mentalmente, y a toda velocidad, la forma de salir del aprieto, repasando esa socorrida retahíla de preguntas sobre la salud, el clima y el trabajo que no comprometen a nada. El hombre, en cambio, empezó a proferir exclamaciones y entonces me quedé inmóvil y atónito; no sólo parecía conocerme sino que debía de ser alguien bien cercano, amigo de la infancia, acreedor de deudas o presidente de la comunidad de vecinos, a juzgar por sus aspavientos, y abandonando ya toda esperanza de reconocimiento, dejándome llevar, decidí abrir gozosamente los brazos para recibir a aquel inesperado camarada: pasó a escasos centímetros de mí, sumido en su cháchara, y solo entonces me di cuenta del cableado gracias al cual caminaba y hablaba por teléfono sin auricular a la vista.

La ciudad se ha llenado de seres que gesticulan y hablan solos, la mirada perdida, fija en un punto situado en el interior de sus cabezas. Enchufados a la Red de manera constante, escrutan y toquetean las pantallas de sus móviles a modo de oráculo infalible, sin reparar en vehículos ni en otros peatones, verdaderos peligros paseantes. Está claro: todos esos seres, durante porciones cada vez más amplias del día, no residen en el mundo físico sino en otro aparente, también humano pero regido por otras reglas, por vaporosos esquemas. De ahí el aire como ausente de los enganchados, de esa legión de zombis modernos para quienes todo contacto comienza ya a tomar un cariz como raruno: abrazarse fuerte, tomar unos vinos, compartir un cocido, echar un polvo o zurrarse en una esquina son a sus ojos hechos insólitos que miran con cierto asquito, buscando siempre dónde diablos hacer el doble click.

La tecnología no es buena ni mala, depende de su uso, pero la sociedad actual nos empuja a dedicarle a la virtualidad cada vez más tiempo, y ya hay vidas enteras deslizadas hacia ese limbo, perdiéndose la realidad, perdiéndose la vida auténtica, con sus hostias y con sus mieles.

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