Diario de León
Publicado por
leónRafael de Garnica.
León

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Maquetas y piropos

M i muy querido Sócrates: Estos días estoy dedicado a la restauración de un modelo de barco pesquero, un atunero construido por un pescador gallego con materiales perdidos o desechados, pero que tiene el auténtico sabor de las historias de Robinson Crusoe, de Stevenson o de Moby Dyck. Me lo regaló, hace ya treinta años, con motivo de mi boda, mi amigo José Luis, uno de los pocos y verdaderos, al que hace mucho que no veo, pero al que sigo queriendo.

Me ocupa el pensamiento, si debo o no sustituir la auténtica cubierta, alabeada por la humedad y que ha desviado la verticalidad de los palos y el puente, por una con el debido arrufo, y que ha hecho, de un precioso barco pesquero, un ser contrahecho. Desde muy pequeño, que no joven, me interesaron y fascinaron las maquetas y reconstrucciones de barcos.

Aunque he hecho mis pinitos como marinero y navegante en veleros deportivos, siempre bajo la tutela de quién sabía más que yo, mi afición por el mar y los buques no ha sido ni profesional ni deportiva sino más bien estética. Mi respeto por los que saben manejar ese ser tan bello y pavoroso que es la mar no me permite más. El mar es maravilloso y terrible, nos da de comer, nos une y nos separa, nos mata, nos acaricia y nos golpea, soporta nuestra basura y nuestra miseria y, además, es precioso. Yo me pregunto si la vida es vivible sin ser preciosa, aunque solamente sea por unos segundos. Creo que no.

Pero todo esto te lo cuento porque hoy he leído un escrito de un colega que hablaba sobre los piropos. El, inocente, intentaba defenderlos. Le faltaba lenguaje y se encontraba acorralado por las convenciones.

El piropo es una exclamación ante la belleza, la lozanía, el poder estético y el «savoir faire» del otro sexo. ¿Se puede anular la admiración por lo bello?

Hay quien vive feliz en lo gris, lo triste, lo rutinario y lo tóxico. Hay, además, quien desconoce la especie a la que pertenece e ignora que tiene hígado, sangre, músculos o glándulas suprarrenales. Hay quien soslaya que, cuanto más avanzan las especies en su evolución, más se va viendo como les aparece «el alma». Pero no únicamente el alma, también la capacidad de colaborar con los suyos, la de sentir alegría o decepción. ¿No has visto a un canario o a un perro cuando reciben a su amo? Piensa en porqué hace lo que hace y como lo hace.

Pues los perros, los urogallos, los pájaros bobos, los elefantes o nosotros, hemos descubierto una cosa que los biólogos llaman parada nupcial. El gallo lira, la perdiz o el tritón crestado exhiben lo mejor de sí mismos para conquistar al otro, que, para desgracia nuestra, siempre es la otra.

Esa parada nupcial se llama entre nosotros coqueteo, de coq, gallo, o mejor galanteo. El piropo es una miniatura del galanteo, como las maquetas de los barcos. Lo otro, simplemente es zafiedad o friura de bajos mal atendida.

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