Diario de León
León

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Después de dónde vienen los niños, la pregunta con más enjundia que mana de la curiosidad que viaja en el asiento de atrás es la de qué hacen esas chicas junto al campo de fútbol, mientras se emprende el regreso del desconcierto y el burguer en esa hora muerta del anochecer y la helada, y la ciudad a la deriva. Normal que pregunten. Los niños, como los leggins y los borrachos, siempre dicen la verdad. Si la ignorancia es madre de los vicios, en León es la libertad que guía al pueblo. Los egos sociales se nutren de ello. Incluido del único vicio que se quita solo y que se alimenta de ostentación casi tanto como del dinero. Hace tiempo que la gente elevó a la misma rasante el coche de lujo y la bravata de ir de putas, notoria afición entre la muchachada que salía con fajos para quemar la noche. La jactancia se hizo costumbre y se extendió como la tinta por todos los estratos sociales casi como un signo de bautismo pretencioso. Hasta que la burbuja alcanzó a alumbrar los planes económicos con luz ficticia era corriente cerrar el puticlub de Puente Castro para terminar la cena de empresa. El club de los intocables de la ciudad, radiografiado por la valentía de periodistas leoneses que retaron el bozal del chantaje y la mordida, hablaba en clave de autocares de ucranianas para celebrar la cuenta de resultados en chalés perdidos en la ruta de la A-6 mientras distraían con aviones a Jerez; volquetes de putas, que decía aquel jerifalte de Madrid para agradecer la omertá ante el espionaje a políticos rivales. Mujeres a Continente, hombres a Benavente fue el estribillo de la canción del vicio; el vicio, que en León se tararea como el porrompompero en los andamios; miren la estadística del laboreo de la Guardia Civil de Tráfico, que ya localiza al volante más positivos por cocaína que borrachos. Los únicos gastrobares que no quiebran son los de carretera, esos que alumbran los enlaces a la autovía a Cistierna, en obras desde que fue concebida en los postres de la bodeguilla de la Moncloa. Son míticas las sesiones de madrugada en torno a las chapas con tipos capaces de jugarse a caras o cruces la casa, la mujer o lo que se ponga por delante. Lo raro así es que en el trayecto que lleva a merendar la hamburguesa con el coche cargado de alevines no se acabe atrapado en una rotonda mientras invitan a echarse a un lado sin otro recurso que unas medias de rejilla. Más víctimas del sistema viciado.

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