Diario de León

TRIBUNA

La carrera del Sáhara Occidental

Publicado por
Antonio Martínez Llamas escritor
León

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E l domingo, día 10 de mayo, habrá una cita inexcusable en el parque público Monte San Isidro. Muchos vamos a correr en esa mañana con una intención que no admite interpretaciones: será una carrera con el corazón abierto en aras del Sáhara Occidental. Todos cuantos nos reunamos allí lo haremos a sabiendas de que no será una carrera cualquiera, sino un esfuerzo deportivo que no dejará de lado una indudable carga política, necesaria desde cualquier punto de vista. El hecho de correr en favor del Sáhara Occidental es reforzar la memoria, no pasar de puntillas ante una situación que avergüenza, y mucho, a quien tenga un mínimo de sensibilidad. Los datos son suficientemente significativos, a la vez que ásperos. En los cinco campamentos de Tinduf, en Argelia, cerca de 200.000 saharauis soportan una doble carga: ser refugiados y apátridas en medio de un desierto árido y pernicioso, donde la vida se hace dura hasta extremos poco imaginables. Lo cotidiano allí es sobrevivir a duras penas gracias a la caridad internacional, amarrados a una esperanza fútil, esa que les hace pensar que quizá puedan regresar al Sáhara Occidental, a su tierra que tiene oasis, dunas, riquezas en el subsuelo y un mar espléndido. Sin embargo, todo que se lo ha masticado Marruecos con la connivencia de las grandes potencias y el silencio cómplice de España.

El día 10 de mayo ondeará la bandera saharaui en el parque público pMonte San Isidro. Así, en una jornada festiva, pero en la misma medida reivindicativa, buscaremos la manera de golpear con el picaporte en las conciencias todavía aturdidas, olvidadizas, porque otra carrera ya tuvo su nefasta salida hace casi cuarenta años. Era diciembre de 1975 cuando Marruecos invadió el Sáhara Occidental, a la sazón la provincia 53 de España. Hasán II jugó bien su cartas. Hábil negociador, supo aprovecharse de la muerte reciente de Francisco Franco, la timorata actitud del Ejército y la flojedad del recién coronado rey Juan Carlos I. Nadie hizo nada. Cada cual miró hacia otro lado y a sus propios intereses, de modo que a los saharauis solamente les quedó la solución del éxodo hacia Tinduf. Fue su peor carrera, a la única que se vieron abocados. Marruecos los machacó por tierra y aire, con napalm y con los pozos envenenados, sin misericordia, sin tregua. La muerte alcanzó a los ancianos, a las mujeres embarazadas, a los niños con los pies descalzos. El Frente Polisario hizo cuanto pudo para atenuar aquel desastre humanitario. Al fin, después de muchos meses de vagar por el desierto, aquella huida encontró algo de solaz en los campamentos de Tinduf. Había sido una espantada llena de terror, de sueños sin dormir, de pesadillas sin final, de llantos debilitados bajo el manto inverosímil de las estrellas de la noche sahariana.

Casi cuarenta años. Solo decirlo produce espanto, espuma ácida en la garganta y rechinar de dientes. La carrera de los saharauis se ha detenido en medio de la nada, así es de dramático, ofreciéndoles de forma macabra una vida en pausa, puesto que no hay atisbos de que la política internacional les proponga el agarradero definitivo. Se sienten abandonados, despreciados, humillados a causa de los mejunjes interesados en chupar de lo fácil, pero máxime dolidos por la actitud inexplicable de España, que aún sigue siendo la nación con poder descolonizador en lo que se refiere a este territorio en litigio. Casi cuarenta años con la carrera en suspenso, sin conocer cuándo podrán traspasar la meta del regreso y exteriorizar el signo de la victoria. Demasiado tiempo, tanto que ya comienzan a sonar a lo lejos tambores de guerra, ruidos de sables que nacen de la desesperación, de la pérdida de la dignidad y de la costra del olvido. Excesivos años que ya piden hacer algo, lo que sea antes que agachar el pescuezo y que le sigan pasando a los saharauis serpientes por la cara.

Por eso tenemos que correr nosotros el día 10 en el parque público Monte San Isidro. Ya no es de recibo poner paños calientes a este genocidio de guante blanco. Nuestra carrera al lado del éxodo del pueblo saharaui. Nuestros pasos junto a sus pies llagados en el desierto. Cada gota de sudor en nuestros rostros deberá ser un dátil de esperanza para los casi 200.000 apátridas que malviven en la inhóspita hamada argelina. Cada zancada será un pescozón en la inutilidad de la ONU, un pellizco en la piel de los políticos tercos, un latigazo donde más duela al reino aluita y un porrazo en la indiferencia del Gobierno de España. Será una carrera que tendrá mucho de melancolía, porque estaremos en este parque de León, al tiempo que habremos volado a muchos kilómetros de distancia, donde la vida se resiste a ser más vulnerada. Será, por tanto, algo más que una carrera convencional. Mientras participamos, los pensamientos los regalaremos entre las jaimas y los camellos, entre la arena y los sirocos, entre las lluvias exiguas y los calores inclementes. Estaremos corriendo en León, si bien nuestros pasos igualmente pisarán en esos momentos la arena de Smara, Dajla, Auserd, El Aaiún y Bojador. En estos campamentos llegará el eco de nuestra carrera. En ese momento las ancianas prepararán muy despacio el té y lo beberán a nuestra salud. Y no faltará alguna que murmurará una oración, que llorará en silencio su infortunio, pero sospechando que en el Parque Público Monte San Isidro, en una ciudad que ella no conoce, muchos pies redoblarán sin cansancio las pisadas de la libertad.

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