Diario de León
León

Creado:

Actualizado:

No era tan fiera la canícula, por mucho que los profetas del fin del mundo justificaran la nómina las últimas dos semanas a base de deslizar amenazas con una sensación térmica superior a engavillar centeno y aliviar la gota gorda con las pañoletas del segador. Este verano viene a poner a León en su sitio, que es donde ha estado siempre, apegado a la cordillera, con los visos boreales que le dan brújula, que León cobra sentido cuando se interpreta desde el norte, como observó con finura Juan Pedro Aparicio, para no inquietar a los privilegiados que planeaban el acomodo de su vida a costa de defender las vistas al rellano mesetario. Desde que Mariano Medina dejó vacante el sillón del tío del tiempo, nadie se atrevió a leer con tanta claridad donde empieza y termina cada cosa. Llanuras, valles, riberas y montañas, alejados de estepas y tesos por la línea imaginaria de la calina. Sólo León y otras cuatro regiones del norte se salvaron las últimas horas de los avisos por altas temperaturas. Del susto, casi dimite el baranda que ordena el territorio; de emoción, además del titular, a alguno se le reseteó la memoria, de tiempo que hacía que no daba la información meteorológica sin otro encaje que las líneas administrativas que impulsó el apaño del 78, a punto de saltar por los aires a poco que la tendencia de rebeldía del voto logre desarbolar esa partitocracia crónica que se regenera por esporas. En verano la teoría del espanto que suele imponerse es la del camino sin retorno al infierno; el cambio climático sólo tomará cuerpo cuando sea costumbre abanicarse mientras se espera la llegada de los Reyes Magos y, con cuarenta y cinco grados a la sombra, los carámbanos de enero entrarán en la lista de especie protegida. El clima tropical se mueve hacia el norte, hacia aquí, a este paso a más velocidad que el tren, y será factible que conservacionistas sin ánimo de lucro lleguen a modificar el objeto social porque no tendrán otro oso que apadrinar que el perezoso. Meláncolicos de la nieve y del temporal que azota los cristales, queda la opción del Tour, genialidad francesa que exporta travesías con ordenamiento urbanístico de postal, que invita a falsificar en el avatar el paisaje del lugar de origen por esos parajes de ensueño, y contar que ésos son pueblos, y no donde pasa el personal el verano. Y por el mono de ver llover y oler el petricor. La única opción de llevarse algo húmedo a la boca.

tracking