Diario de León
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ERNESTO ESCAPA
León

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Esta tarde, en Sueros de Cepeda, una sesión poética expresa el homenaje cepedano al pueblo abandonado hace setenta años, para poner broche al embalse de Villameca. El éxodo de Oliegos tuvo lugar entre el 28 y el 30 de noviembre de 1945, partiendo de la estación de Porqueros, hacinados en un convoy ferroviario de treinta vagones el centenar largo de vecinos resistentes con sus animales y enseres, incluidos los santos de la iglesia, las campanas y los carros. El viaje tuvo varias y latosas estaciones protocolarias, con agasajo de discursos y bocadillos, sin considerar el duelo de una gente forzada al abandono de sus tierras y sus casas. Hasta Porqueros habían llegado por sus medios, volviendo la vista y sin creerse del todo que aquel desgarro no fuera una pesadilla.

Porque las obras de Villameca comenzaron diez años antes, con el paréntesis de la guerra por medio. Ocho años estuvo abandonado el tajo, hasta que en 1944 un batallón de presos políticos reanudó la tarea. Al año siguiente, después de la cosecha, ya urgía desplazar a los olegarios lejos de su tierra. Para que no decayera el ánimo durante el traslado, los acompañaron el cura con sus monsergas y la maestra tocando la pandereta. La primera noche la pasaron en Astorga, acuciados por la nostalgia. Al día siguiente, parada en León y traslado a los solares pecuarios del mercado de San Francisco, para aguantar la tabarra del gobernador Arias Navarro y la soberbia de sus alipendes. Luego, segunda noche en Valladolid, con más matraca patriótica, y viaje en autobús hasta Foncastín, mientras la impedimenta seguía por tren hasta Medina. Aquel viaje, jaleado de discursos a su paso por las ciudades, les costó a los olegarios la fortuna de diecisiete mil pesetas de entonces.

Al asomar a Foncastín, metidos ya en diciembre, comprobaron con decepción que del pueblo nuevo prometido no había ni rastro y tuvieron que refugiarse en las corralizas y bodegas excavadas en el cotarro, con un cañón de casi un kilómetro. Una vez que los hombres remontaron el Zapardiel desde Medina con animales y enseres, todos se alojaron juntos en aquellos refugios. Las casas blancas del nuevo poblado todavía tardarían seis años en levantarse, cuatro más la iglesia y varias décadas el cementerio. Aquella mudanza forzada les había soplado los cuatro millones y medio de la indemnización, para pagar sus derechos al marqués de la Conquista, descendiente de Pizarro, y todavía los empeñó durante veinte años más con el Instituto de Colonización. Para que las propagandas sigan hablando de regalo. Un año después del éxodo, Franco inauguró Villameca con la fanfarria habitual de la época. El embalse no ha servido para sofocar los incendios que este verano arrasan la Cepeda.

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