Diario de León
Publicado por
PEDRO TRAPIELLO
León

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Tan temprana y tan ladrona, tan cruel y voraz, tu muerte es un insulto y un robo por dejar confiadamente tu puerta abierta, querido Pedro Marcos, y franqueada a quien viniera pidiendo la pomada de tu voz para aliviar heridas o disgustos. A ti, que en los últimos años te dedicaste a cuidar a quienes te llegaban con el cuerpo roto, te ha pagado el destino estafando tu misión medicinal y la ilusión vital que siempre recetaba tu actitud.

Pero ya no importa tanto cuán de larga sea la vida, sino la huella que se deja y, a pesar de lo temprano de tu adiós, tu pisada firme en las convicciones que abanderabas y horizontes que te marcabas es de las que hacen senda y exigen respeto... por ahí se va, por la decencia y el compromiso con los tuyos, con la gente y con una sociedad tuerta que siempre agitaba tus ganas de cambiarla, de mejorar las cosas, de soñar justicias y batallar por lo bien hecho... pasión eras... ¡y cuántas charlas apasionadas alargaban nuestros cafés en la vieja Crónica!... porque trabajar en un periódico siendo arqueólogo nos proporcionó tu visión de los estratos y sedimentos que yacen bajo las noticias, esa razón oculta tan necesaria para entender mejor lo que pasa... y lo que no pasa, pero debería pasar... porque vivías para eso, para cambiar las cosas y ver un día que la libertad, la igualdad y la fraternidad no estaban pasadas de moda y se sentaban en tantos lugares que hoy sólo preside el mastuerzo, la codicia o la insensibilidad.

Tu partida nos deja rotos, querido Petraski, y más solos, pero sobre todo a los tuyos y a Concha, tu mujer, que se muerde el llanto para que Pedrines y Ana, tan críos aún, no se dañen tanto en la tragedia... contigo crecieron en las ganas de saber y en la necesidad de la armonía... tranquilo, pues, están en tu senda y tendrá que pasar mucho tiempo para que se les sequen las lágrimas que hoy se hacen el río de amores que mereciste... tanto, que imagino a Pedrines cantando sottovoce, como lo hizo hace poco en el Auditorio, el «Lascia ch’io pianga» de Haendel, «deja que yo llore»... y déjanos llorarte a los demás, aunque nos pidieras que la música exprese nuestro adiós.

Hasta siempre, amigo del alma.

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