Diario de León

EL BAILE DEL AHORCADO

La Zona de Interés

León

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Ser inofensivo y mostrarse ofendido. Estas eran, según Martin Amis, dos de las adicciones de la cultura en 1996. La cosa no ha cambiado demasiado. Desgraciadamente. Por eso, a él le ponen la letra escarlata, por atraverse a escribir sobre el holocausto en tono sarcástico y desde el punto de vista de los nazis. Lo mismo ocurre con Michel Houellebecq por crear personajes pedófilos, racistas o asesinos. Y es que, como en todo lo demás, la literatura debe atenerse a lo políticamente correcto. Es decir, debe dejar de ser eso, literatura, para convertirse en una simple herramienta de la nadería intelectual en la que estamos inmersos. Todo muy limpito, todo muy higiénico, todo muy de imbéciles, de la cultura pop de la que no nos dejan salir, al alcance de todos, no vaya a ser que no lo entendamos, que de lo que se trata aquí es de imponer la dictadura del igualitarismo.

Así que la globalización ha llegado también a la literatura y cuando me refiero a la globalización, quiero significar una umma de conciencias, una gran comunidad de creyentes en la que todo resulta fácil porque no existe la responsabilidad y el debate está prohibido. La literatura ha muerto. Larga vida a la ramplonería y la banalidad, al best seller fácil de digerir, que se olvida pronto y que no nos obliga a mirarnos al espejo.

En España, esa tendencia es mayor que en el resto de Europa, pero no se crean. La ola de la irrelevancia y el pensamiento único ha recalado ya en la mayoría de los países y es fácil entender por qué. Es sencillo vivir del lado de los piensamenos, mucho más. Fuera hace frío, fuera siempre es invierno. Sin embargo, el grupo envalentona, tanto como para criticar la literatura en aras de la ideología, porque la ola genera sombras de las que es complicado salir. Por eso se atreven con Martin Amis, sin pensar que la ficción es la manera que tenemos para involucrarnos en los paisajes de mundos que, aunque nunca visitemos, están ahí. El talento, el de verdad, no se puede controlar. Gracias a eso podemos seguir leyendo a Henry Miller, y a Navokov, y a Chuck Palahniuk, y a Salman Rushdi. La cultura real nos muestra cuál es nuestra zona de interés, nuestra verdadera zona de interés, quiénes somos de verdad y qué estamos dispuestos a perder. Al otro lado están los inofensivos, y los ofendidos.

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