Diario de León
Publicado por
antonio manilla
León

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El hombre comenzó siendo una especie migratoria. Tomó las vastas avenidas africanas y se expandió por el mundo, entremezclando sus genes, descubriendo viejos frutos, probando nuevas carnes. Sin la necesidad de un centro, un origen que añorar y al que volver, se convirtió en dueño de todo el orbe. A través del viaje. Luego sintió en los labios el sabor del barro, los nudos del corazón ante un paisaje, la dulce querencia de un aliento frente al suyo. Después de haber sido de todos los lugares y de ninguno, una noche alrededor del fuego comprendió que la hoguera era hogar y la cueva, útero. Y fue un árbol que comenzó a echar raíces. Una copa que al ritmo de los frutos fue doblándose hacia la tierra a la que aún no sabía que algún día iba a sentir suya y llamarla patria, el lugar de los padres. Desconociendo aún que llegaría un tiempo en que se diría hijo de ella.

Así sería el nacimiento del amor por el propio terruño. Mas allá de la propiedad, o antes, estuvo el sentimiento. Un sentimiento que nace de la emoción, porque es amor, fulgor y fe en positivo. A diferencia del nacionalismo, que se define defensivamente, busca diferencias y es competitivo, el patriotismo es una emoción que históricamente se ha tenido por beneficiosa. Sin distinción de derechas o izquierdas: la patria, por ejemplo, fue un estandarte en los labios de los líderes de la Revolución francesa. Pero no vamos a ocuparnos aquí de por qué el ideal progresista ha olvidado sus orígenes, sino de un tópico que uno y otro día se viene repitiendo como un mantra como si a fuer de insistencia fuera a convertirse en cierto. El nacionalismo, nos dicen, es algo muerto.

Y, de ser algo, será pernicioso, pero está muy vivo. De hecho, la mayoría de las naciones son algo muy joven. A algunos les sorprenderá saber que Alemania es posterior a Estados Unidos, pero el dato relevante es que en 1945 la ONU tenía cincuenta y un miembros y actualmente casi doscientos, sin computar nonatos. Naciones poscoloniales o trascomunistas, surgidas del abandono de las potencias europeas, batiburrillos étnicos y sangrientos donde vaya usted a explicarles que su nazionalismo —con zeta— o «patiotismo» —sin erre— es un error bárbaro. Junto a cada conflicto y cada guerra, hay un nacionalismo activo. Normal. El patriotismo es amor y el nacionalismo, celos.

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