Casi todos a la cárcel

L os mejores delincuentes dce este país son los que no conocemos todavía. Un exquisito pudor les impide comparecer en la presa y detestan salir en los papeles, aunque estén empapelados. Unicamente trascienden los nombres más habituales, célebres por sus antiguas fechorías financieras, como el de Mario Conde que se resiste heroicamente a devolver una parte de lo robado. El empresario y exaspirante a presidir el Gobierno ha vuelto a donde solía, un poco desmejorado ya que la edad no perdona, pero menos aún perdona la Agencia Tributaria. Nunca me alegraré de alguien que entra en la cárcel, aunque deplore que está fuera. No tengo vocación de fiscal y creo que todo hombre es un pobre hombre que se tiene que morir al final de su terrestre aventura, o a veces a la mitad de su trayecto. El regreso al trullo de este hombre, que pasó de ser un arquetipo a ser un proscrito, ni me complace ni me divierte. Su avaricia, como estaba previsto, pronto estará vista para sentencia y una vez más ha roto no sólo el saco, sino el saqueo. ¿Por qué la gente que todo lo tiene desea tener más? Hay muchos así y corren suerte diversa, pero al llamado «pueblo», que somos todos, lo que más le regocija es el batacazo de los que fueron sus ídolos. El ministro de Industria, turismo y Energía, José Manuel Soria, que no llegó a los altares, y el alcalde de Granada, que no pasó de monaguillo, han congregado una gran expectación. Queremos escarmentar en cabezas ajenas, a ver si nos mejoramos viendo como van «cuesta abajo en su rodada», que dice el tango.

Lo nuestro, más que una milonga, es un sainete y la corrupción, más que una mancha en la solapa es como si nos hubiera caído todo el puchero de la sopa boba en el traje. El único que no tiene que cambiarla, de momento, es Pablo Iglesias y quizá sea porque no usa chaqueta, cosa que impide llevarla al tinte. Una ventaja inapreciable. A todos los políticos les conviene tener varias. Y de varios colores, hasta que se lleva el suyo.