Diario de León

Publicado por
LUIS HERRERO RUBINAT ABOGADO
León

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N o les duelen prendas para actuar en consecuencia. El país de la Unión Europea con mayor número de euroescépticos, el segundo más poblado y la segunda economía más importante (pisándole los talones a la primera, Alemania), decidirá en referéndum el próximo 23 de junio si permanece o se sale de las instituciones europeas. Ante un clamor con más o menos partidarios (pronto lo sabremos) para que el Reino Unido abandone las instituciones europeas, el primer ministro británico prometió en la última campaña electoral que convocaría un referéndum en 2017. David Cameron cumplirá su compromiso y con un año de adelanto.

Lo más significativo de esta decisión es la vía elegida para dar respuesta al conflicto: las urnas. Preguntar a los ciudadanos directamente, dejar que sea el pueblo quien dirima la cuestión litigiosa en un sentido u otro; resolver la polémica de la forma más democrática. Veremos si triunfan las tesis de quienes defienden el Brexit o las contrarias, las que apuestan por la continuidad en Europa. Pero en cualquier caso con la consulta gana la democracia: 45 millones de votantes serán quienes decidan el futuro del Reino Unido en la UE.

Nunca sabremos si son más, en términos porcentuales, los euroescépticos británicos o los detractores de la autonomía castellana en León. Pero lo que sí se puede evidenciar es que ambos conflictos parten de elementos comunes: unas instituciones políticas preexistentes, un sector representativo de la sociedad que cuestiona dichas instituciones y el anhelo de revertir la situación, dentro de la legalidad constitucional, por parte de sus detractores.

Aquí en León los responsables del mapa autonómico también prometieron un referéndum pero, a diferencia de Cameron, sin ninguna intención de cumplir el compromiso. Entre las pocas cosas en las que coinciden todos los partidos de ámbito nacional está la de ignorar la aspiración de los leoneses a su propia autonomía. En eso sí que van todos de la mano: incluso aquellos que propugnan consultas separatistas o los que pretenden fulminar las diputaciones. La consigna consensuada por la unanimidad del arco parlamentario parte de una premisa simple: León no existe. Y sobre lo inexistente, no hay de qué preocuparse.

Nada que ver la indolencia manifestada por los políticos españoles (en general) y leoneses (en particular) para resolver una cuestión infinitamente menos compleja que el Brexit, con el sentido democrático para dirimir los conflictos institucionales dentro del Reino Unido. Claro que León no es Londres, ni el reloj de la catedral es el Big Ben, ni el Bernesga guarda ningún parecido con el Támesis. Tampoco San Isidoro es el palacio de Westminster. Aunque para fastidio de los ingleses e ignorancia de los españoles haya sido en León (y no en cualquier otra parte) donde se celebraron las primeras Cortes democráticas del mundo.

Ahora la política española gira en torno al papelón que están haciendo unos y otros en sus respectivas posiciones para la formación de nuevo gobierno. Una representación de los cuatro actores principales (todos hombres) trufada de los ingredientes más típicos del vodevil: enredos, intereses inconfesables, ínfulas de poder, traiciones, felonías, cuernos y cornadas. Mucha cornamenta. El país entero se está quedando bizco al contemplar con un ojo tanto despropósito por parte de sus dirigentes políticos, y con el otro ojo la cantidad de ladrones de guante blanco que se pueden desenmascarar cada día que pasa.

Y la política leonesa sestea, perezosa. Sestea mientras deja pasar la sangría de jóvenes que tienen que emigrar porque esta tierra no les ofrece trabajo; sestea porque le da igual blanco que negro, leche que carbón. A veces amaga con desperezarse y entonces surge la penúltima ocurrencia, como la del traslado del conservatorio. Ahora pretenden llenar de música las gradas para colmar los vacíos de un estadio inerte, hueco y desocupado, en medio de un descampado que toda la vida fue desguace, de un vivero de damiselas de la noche, a la vera del río y a tomar por el saco. Demasiado simbolismo junto, a cada cual más desafinado.

Se aproxima el 23 de abril, Villalar: una fiesta tan artificial como lo que representa; una pantomima acartonada y sin alma, como la autonomía. Volverán al ridículo de los discursos grandilocuentes, de los premios sin sustancia, de la campa perdida y de festejar la derrota sanguinaria. Volverán al absurdo de celebrar la fiesta que se le ha impuesto a León, a pesar de recibir la indiferencia más fría de esta tierra. Qué les importa si ese día los leoneses miramos para otro lado, tomamos el camino opuesto y celebramos San Jorge y el Día del Libro contemplando el mar azul, a poder ser con unos «culines» de sidra. Hasta Ikea, consciente del sentimiento real de los leoneses, nos abre sus puertas y corre con el gasto del peaje de la vergüenza.

Los ciudadanos del Reino Unido decidirán su permanencia en la Europa comunitaria, mientras la ¿clase? política de León sestea y se prepara para la gran fiesta. Frente al Brexit (abreviatura de «British exit»: salida británica de la UE), yo propugno el Lexit (abreviatura de «León exit»: salida de León de la autonomía). A partir de ahora, nada de «León solo» ni de «León sin Castilla»: Lexit. ¿Un antídoto para Villalar?, el Lexit. ¿Una aspiración irrenunciable?, el Lexit.

Puede que si lo pedimos en inglés tengamos más suerte con el referéndum.

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