Diario de León
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cuerpo a tierra antonio manilla
León

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La esteticista egipcia de la concejala de Ciudadanos Gemma Villarroel, que seguramente sea ella misma, porque tiene más aire de barrio que ejecutivo, en los últimos tiempos se está esforzando y cada vez se la ve más Cleopatra. Ese impulso alejandrino que le dan sus collares y su embellecimiento corporal diario a la incipiente política leonesa, siempre bien conjuntada, se hizo carne evidente en el momento en que decidió retirar el apoyo a la propuesta de pata de banco de sustituir el nuevo conservatorio, proyectado desde hace tanto para Eras, por los bajos del estadio de fútbol. Primero lo había apoyado, como es lógico, siendo socio de gobierno municipal, pero luego, «tras estudiar las instalaciones y las características que precisa un centro musical», decidió dar marcha atrás. Algunos pensarán que no cabía otra, viniendo de uno de esos partidos bisagra siempre en la tesitura de comerse todos los marrones, pero también es cierto que estamos muy lejos del último año de mandato de Silván, que es el momento en que los socios se disocian y comienzan a oponerse a todo lo que vinieron alentando durante el resto de legislatura, para desmarcarse. Los más agudos pedirán, claro, que a partir de ahora estudie un poquito más todas las iniciativas que apoya, y sobre todo que lo haga antes.

Pero Gemma Villarroel tiene mucho mérito. La papilla ideológica local de Ciudadanos apuntaba al contubernio entre un «agrazapado» y un líder de paja con el currículo inflamado como el pescuezo de un buey con ganglios. Ante tales cabecillas, esta informática de profesión que en periodo electoral posaba practicando su deporte favorito, el squash, en el que se ha alzado campeona de la comunidad más de una mano de veces, se quitó de un raquetazo con algo de carambola periodística a casi todos los arrimados (no a todos) y llegó al pacto con la lengua fuera pero la firme idea de convertir León en «una ciudad moderna y competitiva». Y en ello está. Bendita juventud. Su formación, que reivindica lo que llaman una cultura de pactos, tiende lo mismo a un roto que a un descosido: igual apoya a uno que a otro de los dos partidos fuertes. Gemma Villarroel, con esa colección de consonantes duplicadas en su nombre, estaba como destinada a apoyar al PP. A ser la Cleoppatra de Antonio.

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