Diario de León
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el baile del ahorcado cristina fanjul
León

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Me pasa con los políticos que les veo desalmados, pero en el sentido etimológico de la palabra. No es que me parezcan malos, que también, es que se me aparecen despersonalizados, como si fueran las vainas de aquella película, creo que se llamaba Los ladrones de cuerpos, en la que una espacie invasora colonizaba todo cuanto se cruzaba en su camino. Estas vainas no tenían sentimientos propios. Obedecían a una umma invisible, una conciencia colectiva que les transmitía las órdenes, máquinas conectadas a una inteligencia superior, sin empatía, sin criterio, sin discernimiento, cosas...

Me pasa cada vez más con los políticos, que no les comprendo como personas, no les asimilo como congéneres, simplemente se me aparecen como imágenes, como un slogan aprendido, como una frase memorizada. ¿Qué sois? y, sobre todo ¿en qué nos convertís? Charlatanes de semiótica fácil, de rápida digestión, de olvido veloz, manipuladores... Ya ni siquiera provocáis indignidad, sólo hastío. Más, aquí, en León, a punto de comenzar el segundo tiempo de un tiempo perdido de antemano, entre la bancada de la corrupción y la de la magia, entre la que flota en la indecencia y la que pide sumisión, fe ciega ante un futuro decorado con las certezas del gulag.

La mueca resulta tan hastiante, tan aburrida, que ya ni siquiera me apetece escribir sobre ella. Es la mueca de la indignidad, de la farsa, del camelo, de la vaina, del desalmado, la voz de su amo, sin conciencia, representación vicaria, León en llamas, León en dique seco, León, la huella de la ruina, y todavía hay que aguantar que llegue uno de ellos y nos diga, tantos años después, que las obras están a punto de comenzar. Siempre a punto de, ¿se han fijado? en León siempre está todo a punto, a punto de morir.

Arde León en la escombrera de las promesas perdidas y, sin embargo, llevamos tanto tiempo quemándonos que ya ni siquiera recordamos cómo éramos el día antes del incendio. Y, mientras, esa conciencia colectiva sigue haciendo promesas, promesas que ya nadie escucha, promesas que ni siquiera mueven a la indignación, promesas que ya no se esfuerzan en explicar, porque la vaina ha colonizado todo lo que ha encontrado a su paso.

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