Diario de León
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al trasluz eduardo aguirre
León

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S i el Gobierno hubiese designado a Kiko Rivera para director ejecutivo del Banco Mundial a muchos nos hubiese extrañado, pero con perplejidad de perfil bajo, del tipo: “Si no digo que sea mal chaval, pero ¿no había otro?” En cambio, la designación de Soria además de sorprender irritó a muchos. A rivales y a propios. No sería justo condenar al exministro el ostracismo eterno, ni a él ni nadie, pero tampoco lo sería haberle dado ahora tal patada hacia tan arriba, estando aún tan reciente su dimisión por tener cuentas en paraísos fiscales, que no es una nimiedad. Ante la tormenta política y mediática, el interesado ha renunciado. Su aspiración profesional es comprensible, ya cuesta más entender los mecanismos mentales de quienes la respaldaron. ¿Creyeron que iban a ser cuatro gotas de protesta? La susceptibilidad ciudadana no está para bromas, pero tampoco la de los propios populares, pues los justos -la mayoría de los políticos del PP- no quieren pagar ya más por sus pecadores. Si Soria se aburría en su casa habérsele regalado un Monopoly. Juan Vicente Herrera estuvo sembrado en sus declaraciones: “No me apriete demasiado, sabe que mi opinión sobre Soria es mejorable”. La patada hacia arriba, más bien patadón, podía esperar. Por cierto, en la empresa privada las patadas suelen ser hacia abajo.

Las cuatro gotas que calcularon algunos han resultado una tormenta, y con toda la razón. Aunque también hay algo positivo en la polémica: la reacción inmediata de rechazo que dentro del PP provocó la propuesta. Discrepo de quienes la interpretan en clave de rebelión interna contra Rajoy. Ha sido, a mi entender, una proclamación en favor del sentido común. Precisamente, una de las improntas de don Mariano es el largo tiempo que se toma para decidir, en su voluntad de ser ecuánime. Aquí hubiera tenido que tomarse un largo ratiño más.

Todos los partidos rectifican decisiones propias, pero proponer a Soria para director ejecutivo del Banco Mundial ha estado a punto de provocarle un jamacuco hasta al mismísimo Marhuenda. Tras la renuncia del susodicho, queda ya poca tela que cortar, salvo el habitual rifirrafe parlamentario. En efecto, designar a Kiko Rivera hubiese chocado e irritado menos.

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