Diario de León
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al trasluz eduardo aguirre
León

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C uando Las Edades del Hombre programaron su muestra en la Catedral de León, dedicada a la música, recuerdo que publiqué en este periódico un cuento, ilustrado en color por Juárez, en el que por la noche los instrumentos musicales de la exposición adquirían vida y se dedicaban, en vez de a la música sacra, a la charanga. Fue mi homenaje a Gómez de la Serna, quien contó su recorrido nocturno por el Museo del Prado, con salas apagadas y la única luz de un farolillo, para descubrir lo que hacen los cuadros cuando no se les mira. Ayer, Abanca inauguró ‘Bajo el signo de Picasso’, en el Museo de León. Permítaseme escribir sobre ella, pese a que he tenido algún cometido en aspectos muy secundarios de la exposición. No pretendo ser juez y parte, sino contarles algunas cosas de las que fui testigo y otras que he podido constatar. Por ejemplo, que la solvencia económica posibilita los grandes proyectos, pero finalmente son los equipos humanos quienes consiguen los logros, como aquí ha sido. Las personas son el origen y el final de todo. En esta exposición han funcionado las dos eficacias de la gestión cultural: la técnica y la humana; por parte de la entidad financiera, pero también del Museo de León, de la Consejería de Cultura, del Ayuntamiento de León y de la Diputación. Todo ha sumado. Y se nota al entrar en las dos salas, la presencia de un humanismo. Mucho más que cuadros colgados. El montaje expositivo favorece el diálogo entre la obra y la mirada del visitante. Como debe ser.

‘Bajo el signo de Picasso’ es un Renacimiento de vanguardias. Precisamente, la historia del arte europeo está asociada al mecenazgo de banqueros florentinos, pero todo hubiese quedado en mero coleccionismo privado si el arte no hubiese enamorado también al pueblo. Todo sumó. Como ahora.

El pasado miércoles, cuando recorrí la exposición con el comisario de la misma me quedé asombrado de la corpulencia de uno de los vigilantes, del que saldrían, tanto a lo alto como a lo ancho, tres o cuatro Chuck Norris. Incluso puede que cinco. Ante su hercúlea presencia, no cabe que, como ocurría en mi cuento, que por la noche los cuadros tomen vida y se desmadren por el Húmedo. Aquí no se mueve un Picasso. ¡No se la pierdan!

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