Diario de León
Publicado por
MARINERO DE RÍO. EMILIO GANCEDO
León

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Mi sobrino Jorge tiene unos enormes ojos color té y una nobleza a la hora de estar en el mundo que para sí la quisieran los siete sabios de Grecia. Mi sobrino Jorge, desde el púlpito de su silla de ruedas, va distribuyendo sentencias y ofreciendo cavilaciones a todo aquel que quiera oírlas, y les aseguro que por poco que sea el tiempo compartido con él, siempre se aleja uno con el cuerpo bailón de quienes han sido recibidos en audiencia por una figura de primerísima categoría.

Mi sobrino Jorge no anda —y yo, conociendo su picardía, estoy convencido de que lo hará cuando le salga de los mismos picatostes, ahora sencillamente no le da la gana—, pero por otra parte no le aprieta la faja de las ataduras sociales, los frenos que suelen sujetarnos al resto de mortales. Él tiene sus propios métodos y sus particulares ritmos, una forma única de estar en el mundo. Por ejemplo, pasa de la Patrulla canina y prefiere charlar con la paisanada de Quiñones acodado en la cacha, todos sentados en los poyetes de la fachada como en un concejo de antes. «Aquí vive mi mejor amigo —indicó un día—. Se llama Agustín y tiene 91 años».

Él quiere estar en las conversaciones, andar al palique y poner la oreja a cuanto se ventila en sobremesas dominicales de cafeses y orujines. Almacena lo que allí escucha, lo rumia bien rumiado y luego, cuando le parece buena la ocasión, lanza al aire sus reflexiones, convenientemente adobadas con el pimentón de su sagacidad innata.

Ahora le ha dado por decir, a sus siete años, que su objetivo es jubilarse lo antes posible. Ya ven si sabe o no sabe. Ya ven si alguien puede decir que a este rapaz le faltan competencias. Más bien le sobran.

«Oye, ya está bien de despedidas. ¡Arreando!», le espetó, implacable, a una visita que se excedía en los adioses. Y a su tía-abuela: «¡Ay, Amor, pero qué delgadina te me estás quedando!». Es el de «quédate, qué prisa tienes», y el de «cuéntame una historia, que tú sabes muchas —y se me acerca un poco más—. Pero de cuando tenías dieciocho años y salías por el Húmedo...». Es un paisano con todas las letras que el otro día, a la vista del lamentable estado del pavimento por la zona de Maestro Nicolás, soltó: «¡Pero este ayuntamiento todavía no se ha dado cuenta de que los discapacitados existimos!».

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