Diario de León

NUBES Y CLAROS

Ese hoyuelo picarón

Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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Lo bueno de las grandes estrellas del firmamento cinematográfico que esconden su luz a tiempo es que puedes preservar en tu memoria el fulgor que te encandiló cuando brillaban poderosas, sin ensuciarlo con el deterioro que marcan no los años ni los duelos, que esos enturbian pero enriquecen, sino los bisturíes alimentados por la necesidad de aferrarse a lo que ya nunca podrá ser. Ni falta que hace, pero ese es otro debate que no viene ahora al caso.

Ni siquiera porque a Kirk Douglas los cien años se le hayan estirado tanto como para hacer desaparecer de su barbilla ese hoyuelo picarón y desvergonzado que atolondró las entendederas de varias generaciones de espectadoras.

Sigue haciéndome gracia escuchar que llega al siglo ‘el padre de Michael Douglas’. Que lo es. Pero no tanto como tiene el mérito irrenunciable de ser una de las grandes leyendas de cuando el cine era cine. Incluso en televisión. Cuando las tardes del sábado y el domingo se entregaban con doble salto mortal con rizo de placer al western, el cine negro, las húmedas piruetas de Esther Willliams o el remango de pantalones de Paco Martínez Soria. Lo que tocara. No había ni canales ni grabadoras ni puñetas que guardar para luego. Rugía el león y el que no hubiera cogido sitio en el sofá ya podía ir buscando ángulo porque allí lo mismo aparecía Egipto que los sioux, una de romanos que una expedición al Polo Norte, un metroymedio nacional de pelo en pecho babeando tras una sueca que ‘El loco del pelo rojo’.

O Espartaco, o el vikingo, o el malandrín trajeado pendenciero que sigue presumiendo de ser el hijo de un trapero lanzado de la miseria de la ex URSS a la rapiña del sueño americano. El tópico con el que Kirk (por supuesto, no se llama ni parecido) consiguió cumplir a fuerza de talento y puñetazos hasta hacerse un hueco en la constelación hollywoodiense. Un lugar que nadie podrá quitarle nunca. Porque está en la memoria de los que amamos el cine y aprendimos a saborearlo también en las pequeñas pantallas de aquellas Zenit de pitorro que se recalentaba en la sesión continua del fin de semana. Porque es una ejemplo del cine que brilla por la expresividad más que por los efectos. Porque esas voces que retumban pomposas siguen trasladándonos a un escenario donde sólo transcurre la historia, y todo lo demás es accesorio. Ese Hollywood que, como dijo aquel, es el único lugar donde se puede caer hacia arriba.

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