Diario de León
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FUEGO AMIGO. ERNESTO ESCAPA
León

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L a reciente desaparición de José Batlló (1936-2016) despierta sus muchos vínculos con la literatura leonesa, que no se limitan a los obvios y reiterados con Claraboya. Después de repasar su jugosa memoria como editor de la primera centena de El Bardo (1964-1974), donde da noticia de sus apoyos, estorbos y quebrantos, es preciso alargar el buceo hasta encontrar su aventura de La trinchera. Frente de poesía libre (1962-1966) y los nueve números de Si la píldora bien supiera, no la doraran tanto por defuera (1967-1969). Luego, sus amores con Esther Tusquets llevaron El Bardo a Lumen, donde vio la luz la segunda edición de Sepulcro en Tarquinia, el libro mayor de Antonio Colinas. Pero también de aquella aventura salió trasquilado el tártaro, que tuvo su último emplazamiento en la librería de lance Taifa, radicada en el barrio barcelonés de Gracia. Propenso al centiloquio, Batlló estrenó con un libro de aforismos este siglo, donde repartía la catadura moral del paisanaje en un 99% de catadura y un 1% de moral.

Luego aliñó con humor su desvío con Tusquets, al recordar la remota fabulación de Goytisolo, que convirtió a su mujer Amelia Romero en «famosa ganadera de reses bravas seducida para financiar la aventura de El Bardo». Donde no hubo broma fue en el suicidio de su hija, que marcó de tragedia los últimos años de su vida. El primer encuentro de Batlló con León fue el premio Guipúzcoa de poesía 1964, que Celaya dio a su libro La señal en perjuicio de Antonio Pereira, cuyo Del monte y los caminos quedó finalista. Un picotazo en Claraboya se disculpa en el 5, incorporándose Batlló como colaborador asiduo de la revista.

Por su parte, el libro relegado de Pereira («otra adquisición para la galería de amistades») ve la luz en El Bardo. En 1972, le publica Dibujo de figura: «La poesía de Pereira es una extensión de su personalidad, lo que raramente ocurre en los poetas». Entre medias, la censura prohibió Actos (1968), de Antonio Gamoneda, y vio la luz Equipo Claraboya (1971), el epitafio de la revista: «Agustín Delgado puso la ciencia infusa; Fierro, la poesía. Llamas la voluntad y Díez se preparaba para empresas más altas. Fue la avanzadilla de la mafia leonesa, que tan altas cotas de celebridad llegaría a merecer pocos años más tarde en el ruedo literario».

Su penúltima aventura arrancó en 1972, con la puesta en marcha de la revista Camp de l’arpa, cuya vida se prolongó durante más de cien números hasta 1982 y en cuyo consejo fundacional estuvieron los claraboyos Delgado, Fierro y Llamas. Menos recordado fue el incendio que Batlló provocó en 1966 con el número 12 de Claraboya, al que respondió con un artículo durísimo de reproche, denuncia y delación don Antonio de Lama.

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