Diario de León
Publicado por
EN BLANCO. JAVIER TOMÉ
León

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Uno se alegra de que ahora, cuando impera la ley del filibusterismo y todo anda manga por hombro, una empresa seria y solvente como Alimerka cumpla treinta años de existencia, veinte de ellos instalada en León, tal como proclama la publicidad que lucen los autobuses urbanos. Es una apreciación personal, por supuesto, pero creo que su pujanza se debe a un libro de estilo que persigue la excelencia profesional y una nutrida cartera de habituales atraídos por sus exigentes estándares de calidad. Porque, eso sí, entre unos establecimientos del ramo y otros de la competencia existe la misma diferencia que hay entre una camisa y una camisa de fuerza. Y las gentes de Alimerka, loado sea el Señor, no se atienen a la infame máxima tradicional que recomienda eso de agua, azucarillos y aguardiente, y que se joda el cliente. Considerados santuarios surgidos al viento del progreso para el consumo de masas, empresas de tanto poderío se implican en los ritmos y ritos de León, aprovechando el tirón de lo cercano y un nivel de autoexigencia que les ha llevado a ingresar por méritos propios en el circuito del éxito.

Debido a los deberes del cariño, en mi casa somos más fieles a Alimerka que Daoiz a Velarde. No en vano allá en el centro del Polígono X, mi guapísima sobrina Sandra despacha vituallas y complementos con ese salero tan suyo y la finura de trato que caracteriza a una plantilla de empleados que transmite experiencia y competencia. La ilusión siempre cotiza al alza, y precisamente chavales como el diligente Roberto, la dulce Bea o la simpática Lourdes trabajan con arreglo a unos principios básicos de estructura y buen orden empresarial, maniobrando además con el mayor de los donaires de cara al público. Con espíritu de celebración y buen rollo se vive por tanto tan señalado aniversario, efeméride que lleva inevitablemente a recordar sucedidos y anécdotas que nos dicen mucho acerca de la condición humana. Por ejemplo, aquella chica que se dejó la cartera en la caja y fueron otros clientes los que se la acercaron a su casa. Solidaridad vecinal se llama a eso.

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