Diario de León
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león en verso. luis urdiales
León

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Los que se salen de la rotonda desde el carril interior son los mismos que aplauden cuando aterriza el avión. Si el guionista de Forrest Gump estuviera entre los empadronados en León, la escena de la caja de bombones vestiría la rotonda como principio activo de la moralina porque, igual que en la vida, hasta que no entras en la circular no sabes cómo vas a salir de ella; ni siquiera si vas a poder darte a la fuga, que en la mayoría de los casos es a lo que invita la situación. No hay ninguna forma de tránsito que enjugue el desahogo como las rotondas, con ese diseño tan permeable para la personalidad del conductor. El dominante, avasalla; igual que en otros órdenes vitales, en el trabajo, en la cola del banco, o de niño, en el pupitre y el patio. La selva giratoria adquiere una condición de diván de paso, al que se van a vomitar las frustraciones sobre el carril derecho, donde los coches más humildes son piezas cinegéticas. No hace falta ser tan ingenuo como para creer que la gente va a poner intermitentes. De ahí el éxito de las nuevas circunferencias que hizo florecer el ministerio de Fomento en la Ronda Este, que en poco tiempo se destacan como un monumento glorioso al acoso al contribuyente leonés, que no merecía otra cosa mejor, según el honorable criterio de obras públicas. Si el señor ministro no demora la visita, igual encuentra humeantes las señales amarillas, que sirven como prueba de carga; y si es madrugador, que a la ruta por la ciudad añada un paseo por la avenida de la Granja. El pastel redondo del fondo es ejemplo de que una aspirina no es una gran solución para la úlcera, a pesar de que va de maravilla en un dolor de cabeza. Contra toda esta bilis social reminiscente de viejo poblado clasista que se proyecta sobre las rotondas, de escasa relación con el desconocimiento del código de circulación, se antoja poco ambiciosa la medida coercitiva de la sanción, que lleva a pensar que con sangre la letra entra. Ahí está el patrón de los vicios de aparcar en algunas glorietas próximas a las basílicas de cristal de Eras, donde no hay guardia urbano capaz de espantar los estacionamientos. Más vale que conviertan el carril exterior en zona azul o naranja de la ORA; de verde residente no, que sería invocar a la bicha. Un ególatra es igual de peligroso en la casa blanca que en una rotonda de León; esto, tal vez, ni lo había tenido en cuenta el Ayuntamiento.

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