Partida de la porra
P erro no come carne de perro; o sea, que no deberíamos los periodistas hablar de nosotros mismos. Salvo para pedir socorro, claro. Socorrer al periodista acosado no es solo una obra de misericordia, sino una cautela para que no se nos caiga encima el tinglado democrático. Solo a los ignorantes o a los sinvergüenzas les importa un bledo la libertad de información, que no es menos importante que los semáforos. La democracia no puede vivir sin la verdad, se condena a sí misma si los ciudadanos se pronuncian en la ignorancia o en espejismos inducidos por la manipulación. Por eso Jefferson prefería una sociedad de periódicos sin gobierno que de gobierno sin periódicos. Por eso los atenienses deificaron la libertad de información y, dados como eran a crear nuevos dioses, inventaron los agoraios, que simbolizaban las libertades informativas en el ágora. «La verdadera libertad –escribió Eurípides— consiste en que los hombres, que han nacido libres, puedan hablar libremente». Frase que en plena Ilustración utilizó Milton para un discurso parlamentario con el que consiguió la abolición de la censura.
La Asociación de la Prensa de Madrid ha denunciado que Podemos hace con los periodistas no adeptos lo mismo que Trump: darles cera con intimidaciones y matonismo. Echenique ha salido a la palestra para llamarse andana, pero ahí están las hemerotecas y Twitter. A Pablo Iglesias le dio un día por hacerse el gracioso en una conferencia haciendo bullying a un periodista de El Mundo. Echenique, como Sabina, lo niega todo; pero cuando en las pasadas Navidades los periodistas parlamentarios designaron a Iglesias «Castigo para la Prensa» dijo sin cortarse un pelo: «Este premio me lo he ganado a pulso». Tanto como él lo merecen lo merecen sus porristas. La Partida de la Porra eran unos sujetos que destrozaban las redacciones de la prensa opositora en la España convulsa del XIX. La tarea patriótica de aquellos héroes la asumen ahora las brigadas moradas, una industriosa oficina de trolls, haters y demás gamberros que se despliegan en las redes sociales para dar leña al mono al periodista de turno hasta que aprenda el catecismo podemita. O a escribir al dictado.
Un antiguo director de Le Monde escribió que «las verdades del poder, poder del Estado, poder de los partidos de oposición, poder del dinero, poder de los que deciden, no pueden ser las verdades del periodista». La verdad del periodismo es contar lo que alguien no quiere que se sepa; el resto es propaganda. Podemos, como el resto de los partidos y algunos obispos, tienen que asumir que no toda la prensa tiene por qué ser ni La Tuerka ni TVE ni TV3 ni el Observatore Romano . Y el que no quiera calor que no se meta en la cocina.