Diario de León

TRIBUNA

Ríos cubiertos de rosas

Publicado por
Pedro Díaz Fernández Licenciado en Psicología
León

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L a ley de la pesca sin muerte expone entre sus motivos el desplazamiento de la actividad como fuente de alimentos, propio del utilitarismo rural, a la actividad recreativa. Pero tanta contestación a la ley no se debería simplificar como la pataleta de un sector depredador de los recursos. Fíjense en esas tallas de los pueblos realizadas por los artistas en los troncos de los grandes árboles muertos, como totems de la villa. Si nos acercamos a Villadepalos, donde desemboca el Cúa en el Sil, veremos la talla de un pescador con dos truchas colgadas. No es casual. La pesca, que en su día daba de comer, sigue formando parte de la identidad y de la cultura de los pueblos ribereños. Pero tampoco voy a hacer una defensa del buen uso anterior de los ríos. Nunca me creí el respeto a los cupos. Creo que pululan muchos ansiosos que llenarían, cual raposo, su arcón de truchas de todos los tamaños y su acción, más que recriminarse, se festejaría en una comilona de amigos.

Sin embargo, la ley inspirada en los despachos de Valladolid por los aficionados urbanitas bien colocados, amigos de los legisladores, acabó por prohibirlo prácticamente todo. Hemos reducido el arte de la pesca al postureo de la cola de rata y el desfile de ropitas, gafas y accesorios de marcas caras. Se ha logrado el sueño de clase en el río. Por fin las aguas bajan perfumadas y cubiertas de pétalos de rosa, al igual que en una bañera cubrían el cuerpo desnudo de una adolescente en la película American Beauty . Toda la historia que giraba en torno al aprovechamiento pesquero del río se ha limitado a trabar truchas y hacer alarde de exhibicionismo: «La tengo fuera, mira qué tamaño. Hazme una foto. Pero tóquela, tóquela, mira como palpita».

Quedó para zafios poco evolucionados esas otras costumbres declaradas en extinción y perfeccionadas a veces en el secreto familiar, que entendían la pesca desde el momento de montar los señuelos o buscar los cebos a sentarse a la mesa delante de una trucha frita con un trozo de jamón en sus entrañas.

Para justificar la ley, la oratoria conservacionista se puso en contra de quienes todavía pretendían tratar la trucha común como un recurso culinario y se tachaba de demagogos a aquellos críticos que denunciaron su cinismo con ejemplos de otras agresiones mayores, reales, tangibles y nunca abordadas por las administraciones contra los ríos. (Aunque lo cierto es que más allá de tratar de cuestionar la ley, la mayoría no recrimina al vecino por usar el cauce para arrojar escombros ni al alcalde de su pueblo por abandonar el mantenimiento de la depuradora ni se opone a los vertidos de las industrias extractivas…).

Quizá el celo por garantizar la foto y la captura llevó además a instaurar cierto miedo. No solo las órdenes de pesca contribuyen con su redacción enrevesada y confusa para todo aquello que no sean tramos libres sin muerte, sino que la desproporción en las sanciones desaniman a cualquiera a acercarse al río, no sea que se cometa alguna equivocación. Por ejemplo, por no sacar una licencia de poco más de nueve euros te arriesgas a una sanción de 3.000, vamos que veranear con hijos pequeños o adolescentes en un pueblo ribereño supone toda una temeridad. Pero si con la justificación medioambiental subyace cierto tufillo elitista en lo que se refiere a la ocupación de los ríos, solo faltaría que se formasen sus club sociales con servicio propio de vigilancia. En marcha está y no me refiero solo a las aguas privadas. Hace unos meses el sindicato Csif alegó, y denunció en este mismo medio, contra un reglamento de la ley que pretendía regular vigilantes voluntarios de pesca nombrados por asociaciones para determinados tramos de los ríos, es decir, se daría la potestad a determinados grupos de amigos de disponer de personas para exigir la documentación, inspeccionar, identificar y denunciar a cualquiera que pesque en ‘sus’ cauces públicos. El mismo Csif lo calificó como un intento de privatización encubierta de la pesca en el dominio público hidraúlico.

De todos modos, eliminado el aprovechamiento milenario de los ríos por el hombre en su práctica totalidad y más allá de lo que se puede considerar un uso abusivo, todo aficionado a la pesca sin muerte puede que disfrute con truchas en abundancia y de dimensiones portentosas, quizá algo nunca visto. Este aumento se interpretará como el éxito de esta ley, aunque si a los amigos de los legisladores les interesase su consumo, se interpretaría en el sentido contrario: la capacidad del río para recuperarse y permitir un aprovechamiento racional de sus recursos. Truchas gigantes y en abundancia, un sueño donde los ríos se cubren con los pétalos de la American Beauty , la rosa de la película que denunciaba la superficialidad, el clasismo y la alienación de la sociedad. Una variedad que necesita la poda de la mayor parte de sus flores para que así las pocas escogidas puedan crecer plenas, hermosas, inigualables.

Fe de errores: En la entrevista publicada el día 29 con José Miguel González, mánager y componente de Mocedades, se afirmaba que el grupo logró un Grammy Latino, premio que realmente recibió la formación El Consorcio. Mocedades había sido distinguido con el Premio al Máximo orgullo Hispano.

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