Diario de León

cuarto creciente

Las siete plagas

Ponferrada

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A las ocho de la tarde, el cielo se abrió como la boca de un dragón. Un destello de luz se hizo hueco entre las nubes. Tronó. Y el rayo descargó toda la rabia de la tormenta sobre los cipreses del cementerio de Cacabelos.

Los que lo vieron comparan la escena con el Infierno de Dante. El fuego devoraba los árboles, entre las tumbas y las cruces y los ángeles. Las llamas ardían junto a los muertos y calcinaban algunas sepulturas, para espanto de los primeros vecinos que se acercaron al camposanto.

A esa hora, el granizo se abatía sobre los viñedos de Corullón. Centímetros de pedrisco se ensañaban con las cepas que habían resistido a la reciente helada y destrozaban los cerezos.

Al otro lado de la montaña, la plaga de la avispilla seguía avanzando en los sotos de castaños del Bierzo Oeste. Y en la Tebaida Berciana, ennegrecida por el último incendio, los vecinos de los pueblos del Oza y del entorno del Valle del Silencio se estremecían cada vez que un latigazo de luz iluminaba el horizonte.

Las chimeneas de la central térmica de Compostilla, sobre la que pesa, como una espada de Damocles, una fecha límite para su cierre —20 de abril de 2020— asistían impasibles, serenas, al espectáculo de la naturaleza. Y en el Senado, a cubierto de la lluvia, había tenido lugar un rifirrafe entre el ministro de Energía y un senador socialista a cuenta del origen de todos los males que acechan a Endesa; la empresa que nació en el Bierzo de la posguerra y que ahora, en manos de la eléctrica italiana Enel, planea cerrar la térmica y darle la puntilla, nadie lo duda, a la minería del carbón.

Es cierto. Parece que el Bierzo sufra estos días el azote de las siete plagas bíblicas. Y esto hay que aclararlo. La naturaleza es ingobernable, de acuerdo, y nunca se sabe dónde puede caer un rayo o dónde aparecerá el granizo y la helada. Pero no busquen fantasmas en el fuego de la Tebaida —se podía haber evitado— y sobre todo, no caigan en la trampa de creer que el desastre del carbón no es culpa nuestra. Lo que le ocurre hoy a Compostilla se veía venir hace nueve años. Y quienes podían y pueden hacer algo para solucionarlo, todavía pierden el tiempo tirándose los trastos a la cabeza porque nadie les ha tirado a ellos de las orejas.

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