Diario de León

TRIBUNA

Los Oteros: despoblación o despoblamiento

Publicado por
Max Pastrana historiador
León

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Q uiero hacerme eco del artículo de José Luis Alonso Ponga publicado en Diario de León, el 29 de abril pasado, justo cuando en Valencia de Don Juan se hacía una reunión tratando la puesta en marcha de la Asociación Cultural «Los Oteros-La Vega» para colaborar con los gobiernos locales de la comarca en la divulgación de su patrimonio histórico-cultural y promover la fijación de la población. Escribía Ponga: «Cuando todo el mundo se dedica a inventar orígenes legendarios, historias fabulosas y documentos de dudosa autenticidad con el fin de tener dónde apoyar su fiesta medieval, nosotros, los de «Los Oteros» en general y los de Valdesaz en particular, dejamos correr los acontecimientos sin dar importancia a nuestro pasado, como si fuésemos conscientes de que a Historia hay pocos que nos ganen, y no fardamos porque no queremos, que méritos nos sobran».

Pero los tiempos cambian que es una barbaridad. Estos pueblos que nacieron en la Edad Media como centros de repoblación promovida por la autoridad real, son hoy lugares donde insensiblemente asistimos al declive imparable de su población. Es más, se atisba ya un futuro incierto para muchos de los pueblos en el corazón de Los Oteros. Para algunos, el futuro ya no acecha a lo lejos, está a la vista anunciando el despoblamiento de estos lugares.

Pienso en Nava, por ejemplo, pueblo que contó en su iglesia con unas tallas del Vía Crucis que hoy se exhiben en el Museo Diocesano. Da pena visitar el pueblo y ver que está vacío, como un pueblo fantasma, cuya iglesia tiene al lado una gran vaquería que amenaza con apoderarse de su espacio, al acecho del derrumbe de su edificio.

Santa María es otro pueblo fantasma. Con una vecina y su hija, cuenta aún con una robusta torre en lo alto de la loma, al lado de los restos de la iglesia que ya hace años se vino abajo y de la que apenas quedan un montón de piedras.

No lejos se encuentra el pueblo de Quintanilla que, según en qué mes, puede contar con tres vecinos o poco más. A comienzos de este año, algún desaprensivo, o alguien que trataba de llamar la atención, quién sabe, sustrajo una de las campanas de la iglesia de Quintanilla y durante la noche del 26 de enero la depositó a la puerta del Ayuntamiento de Gusendos que, por cierto, está haciendo de templo para la celebración de los servicios religiosos porque la iglesia del pueblo está clausurada por amenaza de ruina.

El caso de Gusendos es más difícil de explicar. Tuvo este lugar, en sus términos, un castro prerromano en el que se han encontrado restos, hoy expuestos en el Museo Provincial, que datan de finales de la Edad del Bronce o principios de la del Hierro. La villa fue realengo, del siglo X, bajo el rey Ordoño II, al XII, bajo la reina Doña Urraca, llegando a quedar exentos los vasallos de Gusendos del tributo de fonsado y fonsadera por privilegio de su señora Doña Berenguela, esposa de Alfonso IX, allá por el año 1224. Inmediatamente después, pasó a ser señorío del cardenal Pelagio Galván que, antes de su muerte, pasó sus dominios a la iglesia de León. Desde entonces, hasta la abolición de los señoríos, en la primera mitad del siglo XIX, los vecinos de Gusendos fueron vasallos del señorío perteneciente al Cabildo de la Iglesia de León, a cuya Mesa Capitular pagaban tributos anuales. Pues bien, la iglesia del pueblo contaba con un Calvario del siglo XIV que a finales del siglo pasado fue trasladado al Museo Diocesano, donde se exhibe al público. Hasta no hace mucho, en su iglesia se conservaban treinta y cinco valiosos libros de fábrica, hoy recogidos en el Archivo Histórico Diocesano. También destacó el pueblo por aportar, en el siglo XX, más de treinta vocaciones religiosas y sacerdotales al patrimonio espiritual de la iglesia de León. Pero cuando el tejado amenaza derrumbe, se nos dice que el edificio no tiene valor monumental, aunque aún le quedan cinco tallas de cierto valor artístico. Lo cierto es que la iglesia ha sido clausurada, como ya se dijo, a la espera de que se proceda a su impostergable reparación. De momento, el sacerdote viene para los servicios religiosos y la misa dominical ha pasado a ser quincenal.

Como ocurre en otros de estos pueblos, antes, en el pueblo residían el sacerdote, el maestro, el médico y el secretario. Ahora, el médico viene dos mañanas a la semana, el secretario se comparte con otros pueblos para poder costear sus servicios, va a costar mantenerse la función del alcalde y la del sacerdote sin agruparse con otros pueblos, la escuela se suprimió en 1978 y ahora ya no hay niños.

Y sus habitantes, ahora que se han visto liberados del vasallaje de señor o terrateniente alguno, ahora que disfrutan del dominio de sus tierras y de autonomía en el ejercicio de sus labores y de sus cosechas, van desapareciendo. Son muy pocos los que quedan para trabajar en el campo y atender las necesidades vecinales.

Y los que lo hacen, pasan los meses del mal tiempo en centros urbanos viniendo en días puntuales para labrar las tierras con sus potentes tractores y avanzada maquinaria. Residen en sus casas los meses del verano, mientras hacen la recolección, junto con los que regresan de vacaciones a pasar unos meses en el pueblín, mientras dura el buen tiempo. Pero, como no se cuide el relevo generacional de los pocos que hoy quedan labrando las tierras, más pronto que tarde, la fisonomía de estos pueblos, habrá cambiado imprevisiblemente, si es que no acaban destinados a cotos de caza o quién sabe a qué otros extraños destinos.

Al hablar del presente y futuro de estos campos y de sus gentes, hay quien va más lejos y habla de una despoblación programada que promociona los centros urbanos por el consumo comercial y la concentración de los votos. Y, aunque los recursos naturales están en el medio extraurbano, que antes se conocía como mundo rural, pareciera que un planeado despoblamiento, más que despoblación, ocurre intencionada política y económicamente para liberar esos recursos naturales y ponerlos a disposición de los grandes poderes económicos. Y es que, cuando esas tierras y esos recursos tienen dueño, resulta más complicado manipular o expropiar esos bienes.

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