Diario de León
Publicado por
LA GAVETA CÉSAR GAVELA
León

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E l Bierzo, el solitario Bierzo que vive desde hace tanto en el olvido político, en el desentendimiento de las instituciones y en las promesas que nadie cumple, también lucha. Cada berciano como puede, y entre todos, creando una convivencia de lo más curiosa y original, de lo más melancólica y divertida a un tiempo. Porque humor y tristeza van de la mano cuando suceden en el Noroeste interior, tierra de la que el Bierzo es crisol. Síntesis de lo galaico y lo asturleonés. Pero esa síntesis ni es galaica ni es asturleonesa plenamente. Es berciana. Es nuestra. Y eso somos los bercianos.

Y bueno, llega el verano, y el Bierzo de los desempleados, el que se despide de su pujanza minera, el que sospecha que pronto van a desmantelar su riqueza termoeléctrica, la pequeña región natural que no logra atraer a empresas grandes a sus polígonos industriales, el Bierzo sagrado de las Médulas y Peñalba, de sus villas jacobeas y de su capital renovada y amplia, aunque un pelín –o más- decadente, ese Bierzo se inventa la vida en los días del calor.

De muchas maneras, pero querría resaltar una, muy atractiva y meritoria. Porque sucede que en verano el valle es la sede de una serie de festivales liliputienses que tienen un enorme encanto, una gracia como no es fácil encontrar en otros entornos. El Bierzo organiza unos cuantos micro-festivales, donde músicos, templarios disfrazados, peregrinos, mercaderes medievalizantes, pitonisas, brujas civilizadas y otras gentes inefables, dinamizan la comarca con sus discursos y canciones, con sus vinos y extrañezas, con sus versos en los bosques más remotos, con sus bromas y hermandades. Esos festivales son encuentros inesperados de amigos y viajeros, de comerciantes líricos y de gentes que aman una cierta marginalidad personal y filosófica. Es el caso de muchas mujeres lindas y algo chifladas, de muchos hombres tal vez no tan lindos, pero no menos chiflados, unidos unas y otras en una pasión por la vida muy bonita y tierna. Participantes de una especie de rezagadísimo barullo “hippy”, entre romántico y juerguista, que convierte al Bierzo en un lugar para la amistad, para el presente, para la dicha que a veces viene. Esa dicha que es un asunto personal, pero también colectivo. Y todo eso proponen algunos pueblos del valle del Sil en el verano, y los demás bercianos debemos acudir y arropar esas llamadas, para pasarlo bien y para observar. Para disfrutar y conocer, para comer y beber, para danzar y descansar. Porque las cosas pueden ir mal, y van en muchos aspectos, pero en otros van bien, no olvidemos tampoco eso. Y hay que celebrarlo. Y descubrir un mundo breve y distinto que también existe. Y que, una vez vivido, nos va a enriquecer misteriosamente. Porque no hay que ir a los grandes eventos musicales del estío español para alcanzar el goce de los sentidos, la alegría y la gratitud a la vida.

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