Diario de León
León

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No hicimos caso. Estaba escrito, pero al final León se arrodilló en la orilla, dobló la cerviz y bebió de las aguas del río que habían advertido los autores de la mitología griega que borraba la memoria. Leteo perece ya víctima de su leyenda. No se acuerda nadie ya, aparte de los miembros del club y poco más, de que hubo un premio que durante 18 años hizo que los autores más destacados de la literatura internacional pasaran por esta ciudad que aspiraba a ser declarada literaria por la Unesco: Gamoneda, Arrabal, Juan Gelman, Vila-Matas, Houellebecq, Banville, Martin Amis, Paul Auster... Hay fotos que lo atestiguan, personas que pueden contar que asistieron a las jornadas literarias, aunque sería bueno que quedara registrado sobre el papel para librarlo del olvido. «Yo creo en lo que veo escrito. Hablando se dicen un montón de mentiras. Pero cuando uno las escribe, entonces es verdad», como describe el protagonista de Los peces no cierran los ojos, de Erri de Luca, galardonado en 2014. Entonces, quede constancia aquí de que a Leteo lo entierra el abandono interesado de las instituciones. La literatura es un peligro: como el resto de las armas de las que se sirve la cultura, por definición, aporta el conjunto de conocimientos que permite a la persona desarrollar su juicio crítico.

El declinar por inanición del premio Leteo, alimentado todo este tiempo por la ilusión de un grupo de amantes de la literatura, muestra una vez más que toda apuesta cultural es sospechosa para la política, salvo que se deje capitalizar y controlar o se pueda traducir a euros de manera directa. Por esa grieta se escapó la feria internacional del libro infantil y juvenil y se convirtió la estrategia de la cultura en un programa de saldos y ocultismo, en una simplificación del folclore como todo. Interesan las camarillas que se reparten las propinas de las charlas, conferencias y eventos; la endogamia de los premios de ida y vuelta; los banquetes de la vanidad y la soberbia; y las herramientas de adoctrinamiento, publicidad y propaganda por más chuscas que sean las naves del misterio que los portan. «Los libros se venden; las palabras, no», como advirtió Tomás Sánchez Santiago en el pregón de la feria del libro de 2016, después de insistir en la necesidad de que León recobre «antes de que sea demasiado tarde el resplandor y la dignidad de las palabras». Mal vamos.

Que no se nos olvide.

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