Diario de León
León

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Una de las ventajas de peinar canas es que tienes viejos placeres. No todo va a ser preguntar dónde has dejado las llaves. Ayer fui a ver Wonder Wheel, la última de Woody Allen. Si cierro los ojos, puedo visualizarme de chaval, desternillado el cine con su primera película, muchos de cuyos gags me aprendí de memoria. Nunca ha dejado de admirarme. El octogenario director regresa una vez al año como una golondrina, aunque no siempre trae risa en su pico. Esta vez nos ofrece otro luminoso cuento negro sobre la condición humana. De nuevo, el azar haciendo de las suyas, en un mundo sin dios —según Allen— pero donde el remordimiento actúa como si lo hubiese, pues nuestros actos tienen consecuencias. El viejo placer del reencuentro con su entrega anual es uno de los ritos de mi matrimonio. El placer fue doble pues tuvimos grata compañía: la periodista Esther Bajo y el poeta Salvador Negro. Comentar después la película en un bar es siempre un remate indispensable, pero en el prime local que entramos nos dijeron que no servían café y ya desistimos de buscar otro establecimiento. ¿Cuál será la próxima costumbre civilizada en extinguirse, el desfile de lencería de los ángeles de Victoria’s Secret? Pero nos queda Allen, quien ya está rodando otra. No tengo preferencias entre sus obras cómicas y las dramáticas. A fin de cuentas, un drama es una comedia en la que la felicidad recibe una pedrada. Si pierde el ojo, entonces, se le llama tragedia. En Wonder Wheel el infortunio tiene gran puntería, no queda una felicidad sin descalabrar.

En León, puedes ir al cine y regresar a casa paseando, mientras conversas sobre la película. Por ello, has de elegir bien con quién vas: ni con cenutrios, de los que bostezan si en el primer minuto no ha habido una explosión, ni con listillos de los de «¡Ah, pero no has visto aún la última de Soporosky?

Por tanto, Señor, aunque Allen sea ateo confeso y crea que el único mecanismo que rige nuestra existencia es el azar —o sea, el sinsentido— no tengas prisa en llevártelo. Haz que sea un Matusalén, en plena forma creativa. Y ya puestos a pedir, que se despida con una comedia maestra. ¿Que será de nosotros sin el viejo placer de sus regresos? Larga vida al rey.

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