Diario de León

TRIBUNA

Luis Adolfo Mallo, magistrado, in memoriam

Luis Adolfo Mallo.

Luis Adolfo Mallo.

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CARLOS JAVIER ÁLVAREZ FERNÁNDEZ / MAGISTRADO DE LA AUDIENCIA PROVINCIAL DE LEON
León

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El pasado día 6 falleció en León, tras larga y penosa enfermedad, Luis Adolfo Mallo Mallo, Magistrado, Presidente de la Sección 3ª (Penal) de la Audiencia Provincial de León. Le conocía desde que tengo memoria. Mis primeros recuerdos de él son los de un adolescente, casi un niño, un año más joven que yo, con sus ya inseparables gafas de miopía, montado en una bici correteando por las calles del pueblo de San Emiliano de Babia, muy próximo al pueblo de mi infancia.

Al igual que las gafas que casi enmarcaban un rostro franco y una mirada muy inteligente, la bicicleta parecía formar parte de él. Te maravillaba la habilidad que tenía para manejarla y hacer con ella mil y un piruetas. Ya destacaba usándola con una maestría que demostró en otras facetas de su vida, fuera jugando al fútbol, en sus estudios, y después en su quehacer profesional como Juez.

Tengo también claros recuerdos de sus padres, ambos omañeses. Don Antonio, el padre, médico, persona seria, callada, honesta y muy apreciada por todos los habitantes de la comarca de Babia donde ejerció varios años. Aún vive, ya nonagenario. Doña Pacita, su madre, una mujer dulce, siempre con una sonrisa en la cara, una auténtica señora. Tuvo la desgracia de morir hace unos años relativamente joven.

Los años pasaron y el destino nos juntó de nuevo preparando las oposiciones para Juez. El las inició cuando yo ya llevaba un año, con los mismos preparadores, Jaime Gago (hoy fallecido) y Javier Amoedo, ambos fiscales de León.

Tuvimos la suerte de aprobar a la primera, él una promoción después. A partir de entonces, la amistad entre ambos se estrechó, como es lógico. Otros lazos surgieron después. Acudí a su boda, fui testigo del nacimiento de sus hijos, Luis y Miguel, hoy afortunadamente ya mayores y con la vida resuelta, y la amistad incluyó a su esposa, Camino, paradigma de mujer buena, generosa y entregada exclusivamente a hacer felices a los suyos.

Acabamos compartiendo destino en León. Aunque hubo un período en que fui destinado profesionalmente a Palencia, hace ahora cinco años, de nuevo el destino nos unió en el mismo tribunal, la Sección Tercera (Penal) de la Audiencia Provincial de León. El como presidente de la misma, yo como magistrado. Juntos, al lado de otros magníficos compañeros, hemos vivido este último período que, ahora, en estos momentos de dolor y aún de incredulidad, se me antojan como tremendamente intensos y fecundos.

Luis Adolfo ha sido un ejemplo en todas las facetas de su vida, pero quiero destacar especialmente su condición de juez.

Encarna, a mi juicio, el modelo de lo que un juez debe ser. Confluía en su persona una gran formación jurídica e intelectual con un carácter tranquilo, reposado, reflexivo. Sabía escuchar y comprender. Carecía de clichés o prejuicios. Se enfrentaba a los distintos casos que han pasado por sus manos, algunos ciertamente delicados, con una mente abierta, estando en todo momento profundamente imbuido de los principios y valores constitucionales esenciales para el ejercicio de la jurisdicción: fundamentalmente, independencia e imparcialidad, presunción de inocencia, igualdad de trato, derecho a la tutela judicial efectiva para todos los ciudadanos y defensa de sus derechos y garantías constitucionales.

Era sencillo, humilde, austero. Y exento de manías o de ambiciones.

Dirigía los juicios con ecuanimidad y paciencia, siempre respetuoso con los profesionales y con todas las personas que comparecían ante él.

Era, en muchas ocasiones, paño de lágrimas de todos nosotros, sus compañeros de Sala, y de toda la Audiencia.

De pocas palabras, cuanto decía tenía sentido. Si le conocías bien, su fino humor y su distancia respecto de los problemas banales te proporcionaban un dulce consuelo.

Por todo eso y mucho más, le echaremos profundamente de menos. Nada será igual ya sin él. Perdemos nosotros, sus compañeros, pero pierde también la Justicia, uno de sus más valiosos servidores.

Cuando hace poco más de dos años enfermó de gravedad, todavía en la plenitud de la vida, no nos lo podíamos creer. Era tanta su fuerza y equilibrio que la noticia se nos antojaba increíble. Luchó en todo momento por curarse o superarlo, aunque era consciente de la gravedad del pronóstico. Aun así, nos dio un auténtico ejemplo de serenidad y aceptación de lo inevitable.

Hace apenas pocos días, con motivo de entregarle, en la intimidad de la Audiencia aprovechando la visita a León del presidente del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, la Cruz de San Raimundo de Peñafort que le fue concedida por el Ministerio de Justicia a propuesta de sus compañeros y con el apoyo de los Colegios de Abogados y Procuradores de León, y a pesar de estar muy debilitado físicamente, se presentó ante nosotros con la misma entereza, sencillez y normalidad que siempre le han caracterizado, y eso que nos reconoció, ante nuestra tristeza, que las noticias sobre su salud no eran nada buenas.

Fue su despedida.

Descanse en paz. Que la tierra te sea leve, compañero.

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