Diario de León

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Los alivios de Luis Mateo

Publicado por
ernesto escapa
León

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En cuatro décadas desbordadas de ejercicio narrativo, el maestro Luis Mateo Díez nos ha dispensado historias de todos los pelajes, aunque no hayan sido jubilosas las más frecuentes. Pero también las hubo, si bien nos aparecen en el conjunto tiznadas y como sometidas por la caligrafía dominante de un universo expresionista de tinte más bien sombrío y lastimero. Repartidas las cartas del corazón en su docena de fábulas del sentimiento, ahora nos propone en El hijo de las cosas (2018) una fábula risueña y melancólica sobre la impostura de los afectos y coartadas familiares, en la que las hermanas Corada buscan a su fraterno Cano por los vericuetos de Oceda, conscientes de que «los hombres de verdad se miden por la temeridad y el desacato». También con la asumida resignación de saber que para un vividor suelto como Cano «la vida pletórica es mucho más rentable que la eterna».

Después de la prolongada inmersión en el letargo provincial, a la que dio una primera vuelta de tuerca con Camino de perdición, sucedió en la obra de Luis Mateo la fundación de Celama, una comarca sin árboles ni montañas, que es metáfora fúnebre de la extinción de un modo de vida tradicional. Pero la secuencia de los ciclos no agota la fertilidad recurrente de los territorios narrativos de Luis Mateo. Fantasmas del invierno nos devolvió a la ciudad raposa, burgo aterido por los miedos de posguerra. Aquel relato expresionista nos trasladó el insomnio de unos personajes que maceran los horrores de la represión, el espanto de los muertos arrojados al río y el enjambre acuciante de menesterosos que los circunda sin descanso, con el frío y el miedo metidos en los huesos.

Las cuatro trilogías que articulan sus fábulas cervantinas entroncan con el legado de los maestros rusos del diecinueve, y en su modulación autónoma, con hitos contemporáneos, que van de Kafka a Camus pasando por Rulfo. A través de argumentos escuetos, que se alimentan de sueños, fantasías, culpas y olvidos, las fábulas incentivan un espacio de misterio y proponen una lección moral que nos ofrece la contemplación amarga de la vida. El estilo, despojado de alardes, alcanza un tono simbólico, que incorpora la participación del lector en la pesquisa de sus meandros y en el rechazo o seguimiento de las derivas que ofrece. Leídas en conjunto, aquellas fábulas de cuño cervantino emocionan y a menudo perturban. Porque son estaciones de una historia única, cuya secuencia activa su significado moral y la ambición de un empeño literario de altos vuelos. En esa travesía por las cumbres, que tiene su hito más reciente en Vicisitudes, El hijo de las cosas supone irrumpir en el universo literario de Luis Mateo Díez para dejarse mecer por el consuelo de sus palabras.

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