Diario de León

TRIBUNA

Algo huele mal en Eurovisión 2018

Publicado por
EUGENIO GONZÁLEZ NÚÑEZ UNIVERSIDAD DE MISSOURI-KANSAS
León

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¡ Oiga, amigo, que no se me enfade, que no lo digo yo, que lo dijo Amaia!

Sinceramente, a muchos no nos gusta ese lenguaje. Es posible que en muchos ambientes de España, aún las chicas más guapas, como ella, digan esas vulgaridades, pero de verdad se lo digo: a mucha gente común no le gusta escucharlas. ¡Me explico! La señora a señorita Amaia, no tiene derecho, en un evento internacional, a usar palabras que pertenecen al mundo del mal olor —ya ni mencionar quiero el mal sabor—, de algo que a veces con esfuerzo, otras con placer, se ‘deposita’ en privado, sentado o en cuclillas.

Lamento, desde hace tiempo, que parte del mundo femenino de ‘esta España nuestra’, se sienta más liberado cuando escupe palabras de mal tono, cuando se pone al nivel del peor carretero para impresionar al público y hacerle saber que no solo ha alcanzado su nivel de madurez lexicológica, sino que ahora supera con creces, al ‘pobre’ y comedido Alfredo, ayer casi anonadado. Que alguien, en un mensaje que llega a todo el mundo, se permita escupir por su linda boquita tres veces la dichosa palabrita (¡mierda al cubo!), en menos de quince segundos, no cabe duda que es un éxito de diarrea mental que, por ejemplo, en Latinoamérica no suena nada bien en boca de nadie —ni de hombre, ni de mujer—, y peor me lo pones si mañana en clase de español, tengo que traducir a mis estudiantes la dichosa y proscrita palabra, ‘shit’, en boca de una niña con cara de querube que tras una maravillosa interpretación musical, artística, se despacha sonriente con el vocablito mal oliente, porque ha sido incapaz de controlar en público sus esfínteres fonéticos.

Entiendo poco de música, pero me gusta la gente que, como tú canta bien, aunque al final desentone, porque me sabe mal que sigan tildándonos a los españoles de mal hablados, de pueblo que a cada paso escupe vulgaridades, blasfemias. Yo sé que alguien me puede decir, esa palabra no tiene ninguna connotación especial en los ambientes juveniles españoles, ¡es algo muy común y de lo más inocente!, es tan solo una expresión más del lenguaje cotidiano! ¡Lo que nos faltaba, que día sí, día también, bajáramos en público, y a toque de concejo, a todos los santos del cielo!

Por diez años viví en Centroamérica, y jamás oí —a nadie— una blasfemia. Únicamente algunos asustados me dijeron que en sus visitas a España les había sorprendido cómo blasfemaban los españoles —incluidas ellas—. No me rajo las vestiduras, primero porque no soy ni ‘carca’ ni puritano, segundo, porque viviendo en España yo mismo lo hice, cosa que hoy sinceramente lamento. Es cierto que del destape de posguerra —cansados de tantas prohibiciones y represiones—, surgieron estas urgencias de desahogo, pero pasados ya más de cuarenta años, hora es de que… Usar palabras vulgares suele ser el subterfugio más fácil para salir al paso cuando no se tienen opiniones formadas, argumentos, comentarios serios, o cuando el lenguaje es tan pobre que los adjetivos calificativos no asoman ni por asomo al diario vivir del hablante.

¡Amayita del alma!, si en el futuro haces alguna gira por estas tierras de la América bronca, o de la dulce América Hispana, no hace falta que uses palabras malsonantes para quedar bien, impresionar al público, darte aire de ‘progre’, justificarte porque tú, “es que eres así”, o simplemente para escaquearte de los posibles fracasos propios o ajenos.

Te prometo que tu canción la van a escuchar mis estudiantes —¡no faltaba más, hablando de la madre patria!—, pero también te advierto que no estoy por la labor de ponerles tus declaraciones de inexperta, nerviosa, osada jovencita, porque en tu boquita de rosa, vieras que esos palabros quedan muy mal. En estas latitudes, de norte a sur, la gente medianamente educada, no los usa, y es porque en estos países atrasados, que no hablan bien el español —¡broma!—, mi querida cantante, la palabra que tú por tres veces repetiste suena y huele muy mal, y aunque sea lo opuesto de comer, que en público hacemos y celebramos, el descomer lo hacemos en privado, en secreto, sin cacarearlo, o sea, a micrófono cerrado.

¡Por Dios, no me recrimines por estas cositas que te digo, porque te las digo con todo respeto y cariño —sin querer aguarte la fiesta—, y tómalas como consejos de abuelo que soy, a nieta que quiero!

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