Diario de León

TRIBUNA

«Si se nos olvida, puede volver a pasar»

Publicado por
Eugenio González UNIVERSIDAD DE MISSOURI (KANSAS CITY)
León

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S i vis pacem, para bellum», si quieres la paz, prepara la guerra. Nunca he estado de acuerdo con el eslogan de una Roma conquistadora, que al final, como todos los imperios, va a quedarse sin nada de todo lo que un mal viento huracanado convirtió en humo y olvido. Si quieres la paz, ¡para la guerra! Si quieres la paz búscala, amígate con ella, ámala, porque ella te aportará más paz, más bienestar, más fraternidad. La paz, fruto de la justicia y la libertad es el don más preciado de pueblos y gobiernos que asientan sus días sobre la trasparencia de la verdad.

No me produce miedo hablar de la guerra como el peligroso fantasma que siempre hay que espantar y ahuyentar. No hablar de ella sería ocultarla, mitificarla, y como todo lo oculto, un día se nos colaría por la gatera del corazón para justificar el linchamiento de todo aquél que no piense como nosotros. La experiencia del pasado nos debe hacer recordar, para nunca olvidar, que las guerras solo han acarreado más guerras, más odios, venganzas sin cuento ni fin, enemistades sin límites. A un muerto hay que poner otro muerto; a medio millón, otro medio, hasta que la sangre corra por las calles e inunde hogares, parques, fábricas, colegios, universidades. Cada novela de guerra, por cruel que haya sido la realidad, debe ser semilla y germen que propicie un mundo de paz. No puede ser el hombre el torpe animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Las guerras crean héroes y dictadores, que a su vez son el mito que se invoca para incitar a una nueva contienda. Un día dije y hoy repito que, entre políticos, militares y curas se han cocinado demasiadas guerras, no sólo en España, sino en el mundo. Afortunadamente hoy, ya los últimos nada tienen que decir, y los segundos obedecen si los primeros activan la mecha del secesionismo o nacionalismos exacerbados.

Suele ser frágil la memoria de los pueblos en lo tocante al coste humano de los pasados conflictos. Frecuentemente se iniciaban con enfrentamientos verbales de los políticos —¡los padres de la Patria! —, en honorables cámaras y parlamentos. Pasaban a las sacristías y a los cuarteles, desembocaban en violencia callejera para convertirse en rebeliones militares o civiles que nos llevaron a terribles guerras a las que nuestros abuelos pusieron precipitado inicio, y de las que nuestros padres tuvieron que hacer macabro balance final. ¡Qué dicha para nuestros nietos si les ahorráramos ese funesto y lamentable conteo!

Recientemente, en un solo tomo, nunca de manera novedosa, acaban de aparecer dos novelas cortas, pero a mi entender leíbles. Ambas se desarrollan en la dulce tierra berciana. El asunto, a simple vista parece ser el mismo, pero el planteamiento en cada una de ellas es bien diferente. Están escritas con sinceridad y respeto a todos los personajes que en ellas me «hablaron», pretendiendo, sin ser ejemplares, marcar un camino único: el de la reconciliación a través de la verdad, la simple verdad de la vida, contando lo que en aquel momento ocurrió o pudo haber ocurrido, sin tapujos, sin trampas, con valentía, porque solo la verdad nos hará libres y marcará distancias sobre el miedo. Brevemente quiero introducirlas:

Ferradillo libertario, 1942 : Una mañana cualquiera de 1950, el mítico Girón visita al obispo de Astorga. Lo imposible se ha hecho posible, el reto realidad, el escandaloso susto del primer momento, ha devenido en una cierta naturalidad imprevisible. Nunca sabremos —¡para qué!—, si la jerarquía utilizó su papel de mediadora ante el régimen para que los últimos escapaos salieran hacia el exilio. Tampoco vamos a saber si al Chaquetas de La Bañeza o al farfantón Habanero de Losada les tuvieron que lavar los calzones, tras verse cara a cara con «los del Monte». Si en los enfrentamientos de Corporales, Castellanos, Castropodame, la gente lloró de miedo o fue tras recibir en el cuartelillo los vergajazos de rigor. Quién nos va a asegurar ahora que el cura de Pobladura de la Sierra los recibió a tiros o era un manso cordero, listo al sacrificio. Al final, la novela nos encamina a vivir en un Bierzo en el que viven tres hijos de la guerra, listos a comenzar una vida nueva, porque en realidad lo que cuenta no es la muerte, por muy heroica que sea, que lo que importa más que todo es la vida, vivir y dejar vivir, mostrando siempre con mesura y respeto las ideas que cada uno tenga. El amor y la vida, están por encima de todo, son el valor supremo, y la llamada que la novela nos hace es a saber convivir juntos en la misma tierra, aunque cada uno tengamos la inviolable libertad de pensar diferente.

Españolito que vienes… : El humor es el único antídoto para burlarse de la guerra, el hambre y el miedo. La vida de un niño está marcada por la incapacidad de reconciliación de los dos bandos en conflicto. A los dos los tiene que querer, con los dos se tiene que entender, convivir, porque los dos forman parte de su rota vida familiar. De los dos va viendo lo mejor y lo peor de aquellos tiempos malos. Eran años conflictivos, de peligros y ceguera. Años para el olvido de otros recuerdos que nunca más deberán repetirse. Los fantasmas de los escondidos, los paseados, fusilados, siguen caminando por las calles de muchos pueblos en espera de una tumba con nombre, memoria, dignidad…y flores. Lo primero que vi, terminada la Revolución Popular Sandinista, fue a los familiares de los caídos en combate, correr en busca de sus muertos, desfigurados, malolientes, en tierra de nadie, para llevárselos a lugar conocido donde pudieran «tenerlos cerca», y hacer memoria de ellos. Por el contrario, al pie de ochenta años han pasado sin que haya podido saber dónde quedaron aquellos dos muchachos asturianos de los que mi padre siempre hablaba, sorprendidos en su huida hacia Portugal. En plena tierra berciana tuvieron que cavar su tumba, dejando en suspenso para siempre la breve memoria de su vida. Por trece lustros los he soñado muchas noches, les he puesto nombre, cara aterrada, desfigurada, maltrechas botas goteadas de sudor y lágrimas, orina y sangre, pero nunca he logrado saber dónde coños quedaron para siempre. Hoy, si lo supiera, iría a arañar la tierra para «verlos», rescatarlos, cuadrarme ante ellos y… abrazarlos.

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