Diario de León
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En verano, el calor asesta su puñalada y te lleva al error. No hay que darle excesiva importancia. Carmen Calvo, vicepresidenta del Gobierno, tuvo un lapsus durante la toma de posesión de García Montero, como presidente del Instituto Cervantes. «Hay que proteger a don Alonso, a Sancho, a Aldonza y a Dulcinea, porque no hay mejor cultura que la igualdad». De acuerdo, salvo porque la sin par Dulcinea es Aldonza idealizada por don Quijote . Qué más da. También en la novela se le llama de distintas maneras a la mujer de Sancho: Teresa Panza, Teresa Cascajo, Juana Gutiérrez y Mari Gutiérrez. ¿A qué se debe? Por la resolución de este misterio filológico, y quizá también por la fórmula del bálsamo de Fierabrás, cualquier cervantista vendería a Francisco Rico a los mercaderes de Egipto. No agigantemos el yerro de Calvo, solo nos hemos dado cuenta cuatro y don Quijote. En estos días releo biografías de Cervantes, entre ellas la de Ramón de Garciasol. Ignoraba hasta hace poco que tras la guerra civil estuvo preso en el campo de concentración de Albatera. Cómo no leer ahora bajo otra luz estas palabras: «Los hombres serios, conscientes, no se abandonan a la desesperación, más tampoco están al resguardo de la duda (…). Por eso nos importa Cervantes: porque nos apuntala en la desgracia —en la limitación— y nos hace sonreír y perdonar con el costado sangrante (…) Es uno de los nuestros, uno de nosotros». Sin ser explícito, lo dijo todo sobre el escritor y sobre sí mismo.

Al final de su primera salida, don Quijote proclama vapuleado pero digno: «Yo sé quién soy». Pero aunque lo sepas, todos necesitamos alguna vez que se nos diga: «sé quién eres». Sobre todo en los días más difíciles. En octubre, cambiaré de década y me voy a regalar un ensayo cervantino, que termino de pulir en estos días, para recordarme quién soy. A mi edad ya no puedo perder un día sin amar, sonreír y separar el oro del plomo pintado de amarillo.

Por cierto, Lope de Vega puso en boca de un personaje estos versos: « Temo, y en razón lo fundo,/si en esto da, que ha de haber/un don Quijote mujer/que dé de reír al mundo». Ah, el Siglo de Oro, cuando todos hablaban en verso sin saberlo. ¡Algunos y algunas hasta en endecasílabos!

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