Diario de León

fuego amigo

El jardín del indiano

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ernesto escapa
León

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A la sombra de Peña Furada y al otro lado de Castrocontrigo, un bosque centenario poblado de árboles exóticos perpetúa en Muelas el sueño tropical de un niño pastor de la Carballeda. Se llama el bosque de Fenal y su fantástica mitología la recrea Gavilanes en la novela El bosque perdido. La bienvenida de la plaza de Muelas, a la que asoman sus alardes las balconadas de madera adornadas con capricho, entretiene la lanzadera del paseo orientado por el reclamo verde de los varales gigantescos de uno de los enclaves naturales más exóticos, inesperados y hermosos del entorno.

La Carballeda es una comarca poseída por el hechizo de los bosques y la magia de las leyendas. En el pedregal de las Grandillas, una cuesta que domina matas de castaños, robles y los molinos de la ribera, materializó don Maxi hace un siglo su sueño tropical. Maximiliano Santiago Prieto (1875-1926) había amasado aquella fantasía en lentas jornadas infantiles de pastoreo y en cuanto la prosperidad de sus negocios textiles le permitió dispendios, la puso en pie. Antes tuvo que descantar la finca y volar los serrijones que la atravesaban. Así despojó sus doce mil metros de todas las peñas menos de la más prominente, sobre la que encaramó el balcón verde de su casa singular.

Emilio Gavilanes recrea en su novela de 2000 cómo «perforó el suelo hasta encontrar un vejigón de agua pura, extendió carros y carros de abono, y sembró y plantó cuantas flores, árboles y vegetación pudo reunir, y que sin excepción, por lejano que fuese su origen, prosperaron con la misma vitalidad que la floresta local». También instaló agua corriente, luz, sanitarios con vistosa grifería y teléfono. Con los azotes de la guerra, la finca quedó abandonada y hace un cuarto de siglo los herederos la cedieron para que el jardín botánico, convertido en centro de biodiversidad agrícola y forestal, se abriera a las visitas tuteladas. Pero aquel tiempo de instrucción concluyó a causa del desinterés institucional, que puso más escudos que tenacidad en el empeño, y ahora la muestra la familia propietaria, aunque puede verse con menos provecho circundando su valla pétrea.

Dentro de la cerca se encuentran especies vegetales de más de setenta familias, doscientos ochenta géneros y quinientas variedades. Sus árboles exóticos han adquirido, al cabo de un siglo, tal porte y envergadura que los convierte en ejemplares catalogados de interés singular. Así, las secuoyas traídas de la exposición universal de París, un vistoso cedro del Atlas, la araucaria o el gigantesco pinsapo que guarda la entrada al jardín. El recinto, circundado por un muro de piedra que permite el ojeo, arropa en su interior una casa modernista, diversos manantiales y estanques con nenúfares.

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