Diario de León
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PEDRO VICENTE
León

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En casi todos los ámbitos los excesos suelen ser contraproducentes. Y la política, con su esperpento de espejos deformantes como los del callejón del Gato, no constituye precisamente una excepción. La manifestación en apoyo de la unidad de España celebrada el domingo en Madrid no ha obtenido, ni de lejos, el respaldo que esperaban sus promotores, que, lo reconozcan o no, han visto defraudadas sus expectativas. La razón es harto sencilla. El apocalíptico panorama dibujado según el cual el «felón» presidente del Gobierno ha devenido en un irresponsable «vendepatrias» que está a punto de romper la sacrosanta unidad española, ni responde a la realidad ni es percibida así por la mayoría silenciosa de los ciudadanos. En otro caso no habría hecho falta poner autobuses para concentrar en Madrid a millones de españoles que no permanecerían pasivos ante esa supuesta felonía.

En su afán de sacar rédito electoral de la inquietud que el intento secesionista catalán causa en una inmensa mayoría transversal de la sociedad española (incluidos la totalidad del electorado socialista y gran parte de los votantes de Podemos e IU), PP, Ciudadanos y Vox se han echado al monte sin suficiente causa objetiva. El temor de que el tercero capitalice a costa de ellos ese sentimiento ha arrastrado a los dos primeros hacia una chirriante sobreactuación. Diríase que, diccionario de sinónimos en mano, Pablo Casado y Albert Rivera están compitiendo por el grosor de sus denuestos contra Pedro Sánchez.

Se lanzaba un órdago que obligara al tambaleante presidente socialista a tirar la toalla y a los tahúres les ha salido mal la jugada. Hoy Sánchez está más fuerte que el pasado sábado y, aunque el Congreso le tumbe mañana los Presupuestos del Estado, no se va a sentir obligado a convocar las elecciones reclamadas con tanta vehemencia por la tripartita derecha patria. Por el contrario, el cariz de un frente político como el articulado en la plaza de Colón puede contribuir lo suyo a despabilar al votante de izquierdas, cuya desmovilización ha sido una de las claves del descalabro político sufrido por el PSOE en Andalucía. El tiro por la culata puede ser completo.

Y una cosa más: Harían mal sus adversarios en desestimar la capacidad de supervivencia y «reinvención» acreditada por el inquilino de La Moncloa, quien, llegado el momento, si los obstinados secesionistas catalanes cruzan determinadas líneas rojas, puede abrazar la bandera y aplicar el 155 con el alcance y determinación que no lo hizo Mariano Rajoy. Algunos han olvidado aquella puesta en escena a la americana cuando, al poco de ser elegido por primera vez máximo responsable del PSOE, compareció junto a su esposa al lado de una gigantesca bandera rojigualda…

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