Diario de León
León

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Cuando la última corneta enmudezca a mediodía, el sonido que nace como pedorreta en los labios y se expande por la boquilla adelante hasta el pabellón servirá para anunciar la partida. Olvidadas las esperas para ver salir a la Morenica por la puerta de la iglesia del Mercado, la entrada reverencial de la Redención en las Carbajalas, el renqueo de la letanía del Dainos, el sarcasmo irreverente de Genarín, la respiración contenida de El Encuentro y el eco de la horqueta tenor de Motorines en la punta de vara de La Flagelación, León verá despedirse en ordinaria la procesión de paisanos que cada Semana Santa hace estación de penitencia en la casa donde nació. Al cortejo procesional —descontados los turistas que saturan las barras de los bares como si Cervantes fuera Estafeta en Sanfermines— le pasa lista el Instituto Nacional de Estadística, después de certificar que la saca del año vencido se llevó otros 4.065 leoneses más allá de las fronteras y que uno de cada tres nacidos aquí censa domicilio fuera, en su mayoría por la imposibilidad de contar con una opción de vida como la que las administraciones públicas abren en otros territorios al sur de Izagre y al este del puerto de San Glorio. Amén.

La retahíla de los datos deja en el retrovisor de los coches que se despiden un escenario con una edad media de 49 años, donde el 14% de los pueblos cuentan con más trabajadores que pensionistas y las cotizaciones apenas cubren el 40% de las pensiones. La foto fija desvela la realidad de un territorio en el que los turiferos de los partidos se embriagan con el incienso de sus propuestas contra la despoblación para esconder el tufo de las políticas que han socavado las bases productivas de León. El momento, ahora que las urnas se zancadillean, se presta oportuno para fantasear con un voto Cera interno en el que los leoneses residentes en otras provincias pudieran tener opinión en las elecciones municipales y autonómicas para pagar en forma de papeleta a quienes les echan, a quienes miran para otro lado mientras se expoliaban los recursos, a quienes se limitan a hacer teoría de la revolución ideológica de salón y a quienes, equidistantes, propugnan la igualdad territorial sin contar con la distancia que hay que salvar. Hay un chiste, que ya corre, en el que uno de fuera pregunta cómo se llama a los de León y le responde un leonés: exiliados.

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