Diario de León
Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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El mundo de los prejuicios no tiene límites. Tan torpe es el paisano que, cuando un extranjero le preguntó dónde estaba la fonda en cinco idiomas y no entendió ninguno dedujo que no tenía sentido aprender otras lenguas; como el ilustre egresado que a fuerza de ver campus y valles tecnológicos deduce que todo el monte fuera de la gran urbe es orégano rural, y deja escapar entre sus cortas miras globalizadas y tecnológicas el potencial de todo aquello de gran valor que le rodea, aunque ni lo sabe ni es capaz de aprender a verlo. No hay mayor ignorante. Y eso no es un principio tecnológico ni digital. Hasta mi bisabuela sabía que no hay mayor ciego que el que no quiere (o no es capaz) de ver.

Una reciente charla evidencia que la tontuna sigue siendo universal, incluso en los ámbitos menos sospechados. Que hay quien de tanto ver la luna no es capaz de distinguir los dedos que la señalan. Que algunos capaces de manejarse en campus y aeropuertos internacionales (como si eso fuera hoy signo de excelencia inteligente o social, que no) no tienen ni puñetera idea de la realidad que les rodea. Que de tanto Silicon Valley se les ha atrofiado la entendedera y consideran pobretón todo cuanto les rodea sólo porque les es desconocido. Enormes torpes.

No hay mayor paleto que el ignorante por vocación, por más que le adornen erasmus y másteres, viajes al lejano cojón con que adornar las mismas pláticas en las que evidencian un voluntario desconocimiento y desinterés por todo lo que de verdad les rodea. La inmensa mayoría del talento que queremos retornar está en el polo opuesto de estos, por fortuna, minoritarios casos de estupidez. Pero los hay. Llegan de sus capitales (también folklóricas si se ven desde urbes más ambiciosas, ¿o no han caído en la cuenta de eso?) esperando encontrarse unas Urdes de las que nunca han oído hablar. Y se topan con poblaciones amables, con sus problemas, pero instaladas en la evolución y el progreso. Incluso en la excelencia. Y alucinan.

Mi perplejidad es infinita ante algunos de estos casos de paletismo de alta escuela. Me reprochan que qué pienso yo de otras provincias adornadas con la orla del retraso y lo rural. «Viajo», me defiendo. Pero no hay caso. No hemos logrado aflojar la boina enroscada que no deja pasar el flujo sanguíneo de la amplitud de miras y nos llegan ya los birretes enroscados, apretando la misma neurona por otros recovecos. Tanto remar...

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