Diario de León
León

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Vivimos rodeados de tecnología chivata. Leo que ciertas aplicaciones de nuestros móviles permiten que seamos espiados, incluso cuando los tenemos apagados, y que luego se lo cascan a los rusos. Es decir, Putin ya sabe que usted no solo aún no ha leído Los Hermanos Karamazov sino que en la ducha canta La Bien Pagá. Más aun, el mandatario sabe que ha preguntado diez veces dónde están las gafas y otras tantas por el mando de la tele. Una desfachatez. Nuestra privacidad doméstica es nuestra, ¿por qué hemos de compartirla con el KGB? Lo cierto es que muchos ya barruntábamos que los móviles además de espiarnos nos leen los pensamientos, incluso los obtusos. Igual hacen las redes sociales. Trump recibe todos los días un parte con quiénes somos los leoneses que no nos gusta su flequillo. Nos espía también la CIA, Mordor, el lado oscuro, la Federación de Peñas Nudistas… nuestra intimidad es fisgoneada por todo aquello que lleve pilas, enchufe o pedal digital. Ahora lo hacen a través de la aspiradora robot y antes mediante la escoba, incluso con la escobilla. Y con chulería informática, porque, al menos, cuando Ramoncín Cascales, aquel matón de segundo de Primaria, nos amenazaba farruco «¡Al loro, chaval, que sé dónde vives!», iba de farol. Estos lo dicen en serio. Saben dónde, cómo y el porqué. Conocen la letra pequeña de nuestras vidas. Una vez pillados con la oreja puesta y con la aplicación tramposa alegan que no es lo que parecer, pero esto no va solo de galletas sino de poder. Putin y Trump no solo saben si cuando vamos a Blas las patatas las pedimos picantes o sin picar. Estamos en su base de datos, en la que están contabilizados hasta nuestros ronquidos. Somos el laboratorio de pruebas del mal.

Y para espiar hay que valer. A mí en las escuchas telefónicas me costaría no meter baza: «¡No sea usted bruto, don Aniceto, cómo le va a echar kétchup a las lentejas!»Esta columna en broma podría haberla escrito muy en serio, pues estamos ante un espionaje totalitario, sea desde los estados o desde las grandes empresas. Separe el lector el grano de la guasa. «Mi mujer adivina cuándo he picado entre horas, ¿se lo sopla mi móvil?», insistirá don Aniceto. No, a usted lo delatan sus cartucheras.

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