Diario de León

NUEBES Y CLAROS

Petardo Picapiedra

Publicado por
María J. MUÑIZ
León

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Es la historia de un gran petardo. Cuando deberíamos estar ya acostumbrados a la cintura que exige la coalición, seguimos en la edad de piedra de la evolución democrática. Incapaces de avanzar y condenados a caminar en círculo para regresar una y otra vez al invariable punto de partida: las mayorías absolutas y sus cómodos rodillos alternantes no van a volver, luego toca negociar con habilidad, ceder con inteligencia y actuar presididos por la generosa altura de miras. Pero ¡quia!

Picapiedra y Mármol, Pedro y Pablo, son los protagonistas de este troglodítico vodevil, pero no los únicos actores que han convertido al Parlamento en un troncomóvil que camina sobre las puntas de los pies de la provisionalidad. A pesar de lo cual el país vive el espejismo del avance, impulsado por el crecimiento y frenado por la ralentización aparentemente ajenos al despropósito que nos adorna, los astros no quieran que sin remedio.

No es así. Todo este fracaso de investidura es un sonrojante fiasco político general que tiene un coste que parecemos no querer contabilizar. Coste económico, porque en los últimos años hemos cambiado más de dirigentes que de presupuestos; y porque la incertidumbre (por qué no decirlo, la tontuna que evidencian los próceres patrios) se salda en los mercados bursátiles en análisis y recomendaciones no siempre objetivos ni bienintencionados, pero sumamente eficaces con la volatilidad que despendola en cero coma al siempre miedoso dinero.

Tiene un coste reputacional. Y aquí no hay buenos ni malos, todos en el mismo saco de manzanas podridas. Que se lo pregunten a los bancos. Las crisis, rescates, atropellos, robos a despacho armado y otras zarandajas que siguen coleando hac en que el sector no levante cabeza, pese a sus millonarios resultados. Los directivos insisten en la paradoja de que los ciudadanos valoramos pésimamente al sector bancario en su conjunto, del que no nos fiamos ni un pelo; aunque luego damos buena nota a la entidad a la que confiamos nuestros ahorros. En el caso político este respaldo al partido al que se vota está bastante más resquebrajado.

La confianza se pierde en un segundo y cuesta un siglo recomponerla, pero no se recupera nunca. La decepción parece que va a formar parte de nuestra cultura política de por vida. Y eso no es lo peor. Lo terrible es que los políticos no parecen no ya preocupados, sino conscientes de este desolador desapego.

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