Diario de León
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Alejandro Roa Nonide
León

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En este tiempo de forzoso y comprensible confinamiento, pienso cuánto más duro fue el de nuestros ascendientes al tener que sufrir una guerra «civil». Durante estos días, estoy teniendo la oportunidad de acercarme más a la personalidad de mi abuelo, Francisco Roa de la Vega (1883-1958), y a sus contribuciones sociales a favor de la ciudad de León. Con estas líneas pretendo reconocer directamente mi acrecentada admiración por él. Probablemente esta deuda inmaterial hacia nuestros ascendientes sea compartida por los lectores a modo de sentimiento de gratitud. Y creo que por ello resulta saludable expresarla por escrito, en estos días en los que son revisados los nombres y los hombres de nuestras calles.

Roa de la Vega fue un magnífico abogado, que llegó a ser decano del Colegio de Abogados, dedicándose principalmente a defender a los más débiles, fueran del signo político que fueran, actitud profesional y humana que le singularizó en unos tiempos especialmente difíciles y con la sociedad plenamente enfrentada. En esta línea generacional no puedo omitir que su hijo Luis Fernando Roa Rico —mi padre— fue magistrado de Trabajo en León, cuyo testigo profesional he recogido de modo que aspiro a que mi ejecutoria en un Tribunal Superior de Justicia responda a la gran herencia —humana y profesional— recibida.

Dicha defensa de causas de los más humildes comportó su expulsión en 1940 de la ciudad de León, puesto que el gobernador civil intentó doblegar inútilmente su limpia convicción de que no existe más noble causa que la protección de los derechos de los más desvalidos, pues ello es sinónimo de Justicia. Llegó por ello a denunciar al gobernador civil ante el Tribunal Supremo por delitos urbanísticos, reflejando ese modo de proceder el valor superior de la palabra frente a la violencia.

Más su curriculum vitae no concluye con su labor como jurista. Fue alcalde de León desde 1925 a 1929. Durante su mandato fueron llevadas a cabo una serie de obras arquitectónicas emblemáticas en la plaza de Santo Domingo, y realizaciones urbanísticas como la apertura de la Gran Vía, la traída de agua de la ciudad, el saneamiento, el adoquinado de las calles, el soterramiento de la presa que pasaba por el centro de la ciudad y diversos edificios públicos en la Plaza de Abastos, en el Cementerio, la Casa de Socorro y el Laboratorio Municipal.

Asimismo, a mayores de su labor como regidor municipal, no debe olvidarse que fue diputado en Cortes durante la II República, escritor y poeta, con un desmedido amor por la tierra de León y sus bellas tradiciones, que contribuyó a dar a conocer.

Por otra parte, participó activamente en la vida cultural de la ciudad. Como socio del Ateneo Obrero, centro cultural donde pronunció conferencias y participó en sus junto a Vela Zanettti, Victoriano Crémer, Félix Gordón Ordás y José Eguiagaray, destacando que Victoriano Crémer —a quien Roa de la Vega con anterioridad defendió su libertad— mostró su admiración patente hacia él cuando en el momento de su muerte expresaba: «Es esa concordancia entre el pensamiento y la acción la que hace de Roa de la Vega un hombre ejemplar, uno de esos hombres totales que solamente de siglo en siglo aparecen en el corazón humano.(…) Fue para la ciudad de León su adalid más esforzado, su más cumplido caballero, su Cid y su Quijote. Con su quijotismo ejemplar andaba Don Francisco todavía por el mundo, rompiendo lanzas por amor a la verdad y a la justicia».

Estas precedentes apreciaciones —que podrían ser entendidas por el lector por la mera relación de parentesco de quien suscribe estas líneas— están refrendadas por la autoridad de Máximo Cayón Waldaliso, cronista oficial de León, quien en julio de 1981 en el periódico La Hora Leonesa publicó un artículo titulado La calle Roa de la Vega en el que avalaba de la siguiente manera su trayectoria: «Su grandeza fue la de su persona, esta es la razón de que su nombre figure en una calle leonesa, de temple extraordinario conversador, afable y fino humorista, dejó honda huella de su buen hacer, como monárquico convencido en 1927 recibió a los reyes don Alfonso XIII y su esposa doña Victoria, haciendo posible que la capital del Viejo Reino luciera al aire sus mejores brillos, sería interminable hacer mayores semblanzas de la gran personalidad de don Francisco quien nos honró con una profunda amistad, fue hombre de extremado desvelo para todas las cosas, amante de la historia y de la cultura, hombre querido por todos y respetado por todos fue una figura de la vida leonesa verdaderamente excepcional la calle que lleva su nombre hace perpetuar su memoria».

Por ello considero que sus merecimientos validan sobradamente la designación de su apellido para la céntrica calle de León. Es más, aspiro a que estas líneas sirvan para difundir el conocimiento de sus valores humanísticos entre los leoneses de nuestro tiempo. Pues toda sociedad necesita de referentes, entre ellos aquel que mencionaba Francisco Roa de la Vega en su obra Mi Recompensa: «Mi guía es el ejemplo del noble Alonso el Bueno, señor que a los rufianes acometió sañudo. Como él, a la defensa de la Justicia acudo, sin miras egoístas, con ánimo sereno. Es que templé mis armas en fuegos de ideales y huyendo de mezquinas ventajas materiales de las que otros tantos padecen apetencia, igual que el buen hidalgo de cuyo obrar me guío, el premio que busco y el galardón que ansío es que me dé su aplauso la voz de mi conciencia».

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