Diario de León

¡Policías sí, pero no matarifes!

Publicado por
Eugenio González Núñe,z Universidad de Missouri-Kansas City
León

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Hay imágenes que, por su contenido positivo, cívico, amable, dan la vuelta al mundo y envían mensajes de gratitud, sonrisas y satisfacción al cuerpo que tiene por misión cuidar, proteger y evitar todo desmán en la vía pública, y abusos en la vida privada. Hay otras imágenes más duras de la policía, brutales empujones, veloces carreras persiguiendo delincuentes, enfrentándose a tiros a malhechores o terroristas. Pero lo inaudito es que un policía se cebe con un ciudadano desarmado —blanco, negro, pinto— y lo ejecute, en plena vía pública, como un carnicero ejecuta a un pobre animal, pero en el matadero.

Permitidme que hoy vaya de duro con mi lenguaje, y recuerde aquellas escenas de la matanza de los cerdos, cuando el matarife del pueblo, ayudado por la familia, se aposentaba sobre el cuello del cerdo, para sacrificarlo. El agente Derek Chauvin —de mirada poco limpia—, acompañado de la cuadrilla, se aposentó sobre la garganta de Floyd, la mano izquierda empujando el propio muslo, y mirando desafiante al público, parecía decirle, «¡éste ya no se me va, este ya es mío!».

La imagen del matarife sobre la víctima —¡solo le faltó el brindis!—, no puede ser más trágica y elocuente a la vez, considerando que, a su lado, los otros tres, miraban la escena como los paisanos del pueblo miraban la muerte lenta del gorrino, o los subalternos miran la faena del diestro en la corrida. Todo un espectáculo indigno, execrable, aborrecible, inhumano, tan brutal como la peor pesadilla de un mal «sueño americano».

Trump ha sido el hombre hábil, todopoderoso, para forjar un gran imperio económico, pero para gobernar, no basta ser rico, ni poderoso, sino que hacen falta virtudes

La calle se llenó de gritos de todos los colores y edades —también de gandules y pillabanes que se dedicaron a incendiar, a saquear y a robar—, pero en su mayoría, el conjunto de los presentes, apostó por manifestaciones pacíficas demandando de una vez por todas la condena del racismo y la brutalidad de algunos miembros de los cuerpos policiales.

Si yo, en este país, fuera republicano, no estaría de acuerdo con gobernantes imprudentes y temerarios que, haciendo alarde de su mucha prepotencia y poca sabiduría para gobernar, en vez de agua, echan leña al fuego, creyendo que van a apagar el incendio. Al día de hoy y, tras la muerte de George Floyd, a manos de un carnicero, al gobierno actual, sus palabras, sus consejos, sus gestos a destiempo y sus medidas, le han granjeado la antipatía de medida humanidad, y han avivado más la hoguera de la rebelión. Hoy, amenazar de palabra y de obra a los americanos es una gran imprudencia, impropia de quien quiera sabia y pacíficamente gobernar este país.

La justicia ya ha puesto cargos muy serios contra el matarife y no ha querido olvidar, nunca el refrán ha venido más a cuento que ahora, que «tanta culpa tiene el que mata como el que sujeta de la pata»; los tres pasivos policías, van a tener, eso esperamos, también su justo y merecido castigo.

Amén de los miles de manifestantes, otras muchas más voces de diferentes instituciones: Universidades, Iglesias del mundo, le han dado un aviso a América, y ésta le ha dado un toque de alerta a su presidente: entre ellos Obama, que urge al gobierno a propiciar un cambio de mentalidad y de actuación ante el tema del racismo. Un número de viejos militares de alto rango, dando al gobierno un portazo ( slamming ) por su incapacidad para manejar la crisis actual. Su propio exsecretario de defensa, J. Mattis, que lo acusa de estar dividiendo a los norteamericanos, y lo ve como una amenaza a la propia Constitución americana, donde reside la grandeza y la libertad de este pueblo.

Son muchos los americanos que piensan que, cuando el presidente piense, por favor, que no lo diga de inmediato, sino que mande a otro que lo formule por él, porque si, «por la boca muere el pez», a él no le auguran muchos días de paz en la Casa Blanca. Trump ha sido el hombre hábil, todopoderoso, para forjar un gran imperio económico, pero para gobernar, no basta ser rico, ni poderoso, sino que hacen falta virtudes como la sabiduría, la prudencia, la templanza y, sobre todo, el amor al pueblo. Con una palabra, con una mirada, con un puñetazo en la mesa, Trump logró por años grandes éxitos financieros, quitar y poner hombres en su imperio económico, pero en política no valen los puñetazos —salvo en el propio pecho, para arrepentirse de los propios errores—.

Un buen gobernante respeta los duelos de su pueblo, duelos de más de cien mil familias que lloran a las víctimas del Covid-19. Duelos de muchos millones de americanos que lamentan y sufren por la pérdida de sus puestos de trabajo. Un buen gobernante no echa un pulso para «dominar» —según sus palabras—, a los millones de jóvenes que apuestan por una sociedad diferente de la que funciona y maniobra en el cerebro de muchos norteamericanos, echando a la policía contra su pueblo, olvidando que el líder, «es el servidor del pueblo», el que enseña el respeto, no el que impone la ley y el orden, a empujones, garrotazos o asfixias.

Trump, volviendo a los peores momentos de la conquista del fiero oeste, desde el primer día de su mandato, con «mano dura», lanzó a la policía a la calle, soltando ahora la artillería, y al «séptimo de caballería», contra los manifestantes. Blandiendo en una mano la espada y en la otra la cruz (la Biblia), empuja nuestro recuerdo al pasado, hasta las colonias de toda América, para darnos la imagen de un Moisés furibundo, en alto las Tablas de la Ley, olvidando la discreción y la prudencia de un rey Salomón que, sin cortar en dos al bebé en disputa, le pide a Dios sabiduría y entendimiento para conducir a «un pueblo tan numeroso».

El pueblo americano, dice, ¡Basta ya de racismo y crueldad policial; basta de pobreza, violencia y saqueos callejeros; basta de imprudencias gubernamentales!, y es que mientras el racismo exista, América no podrá respirar.

¡Basta ya!, porque deseamos que las emotivas palabras de Ginna, la pequeña de Floyd, «mi papi cambió el mundo», lenta, pero inexorablemente, se hagan realidad, porque ahora es el momento de devolver a América la verdadera democracia que necesita este gran país.

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