Diario de León
Publicado por
Isidoro Álvarez Sacristán, doctor en Derecho
León

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Hay quien dice que pintar de colores una calle es mancillar el asfalto, es ofender al artesano del adoquín, deshonrar lo natural, apagar la voz histórica de la caminata, ofender al rey Ordoño II. Otros, sin embargo, aluden a la primera vez que fue hollada por el paso de la oca de los aviadores nazis cuando se despidió, con un desfile, la Legión Cóndor ubicada en la Base de la Virgen del Camino con sus Ju-52 y Heinkel-111, que se marchaban a invadir parte de Europa y a bombardear Inglaterra.

La ventaja de nacer en las casas —como en aquella época, seguramente asistidos por una comadrona— es que se impregnaba la cuna del alma de la calle y seguía durante la niñez rodeando el paso de los años, con el olor a patatas fritas del bar Félix o el aroma de la floristería Sabadell.

Es impregnarte de las voces de los niños, ver pasar el camión de la basura (lleno de cenizas, mondas de patatas o frutas, cáscaras de huevo… ¿qué otra cosa se podía tirar en los años del racionamiento?). Pero Ordoño es el eje anímico de la capital. Se ilumina en el orto desde la torre gótica de la Catedral y se arrebola en el ocaso reflejándose los rayos en el puñal de Guzmán.

Y también fue peatonal —propiamente de paseo— allá por finales de 1940 y principios de los 50. Paseos de chicas y chicos desde los primeros números (digamos Casa Ciriaco) hasta aproximadamente a la altura de la calle Alcázar de Toledo. Paseo arriba y paseo abajo con aquellas peñas de amistad entre Adolfo Hermida, los hermanos Perelétegui, Pedrosa…; había otra más literaria con Crémer, G. de Lama, Gamoneda… que paseaban por la Condesa. Se iluminaba Ordoño, además de las farolas oficiales, por la luz del bar Nacional en el número 1, oyéndose el repiqueteo de las fichas del dominó contra el mármol; el señorial bar Azul, en un entrepiso, al lado del no menos emblemático bar Rox; le siguen el bar Félix, el bar Flor y, en la esquina de la Calle Villafranca, el bar X.

El color lo daban los paseantes, la luz de los bares, acaso la furgoneta de Genaro que transportaba viajeros desde la estación de Renfe, llamada del Norte para diferenciarla de la estación de Matallana. El color de Ordoño era el del sol y las terrazas, era el bullicio de los viandantes y tráfago de comercio y bares, ayudados por los de la calle Gil y Carrasco, tan populares como Bambú, Mayoral, Casa Llanos…

La naturaleza no necesita colores. El ejemplo de pintar los árboles del bosque Oma por el pintor Ibarrola es un atentado a la arboleda, porque la corteza de un árbol es su piel, si se pinta se rasga su vida y duele y llora por ajar su existencia.

Lo mismo pasa con la calle. Su naturaleza es el alma del tiempo, acaso de siglos, o por lo menos el cambio de la tierra por el asfalto que lleva consigo la huella de miles de peatones. Que rompe su seno con la afrenta de borrar el rastro de los ancestros que conformaron su tradición.

A la calle no le hace falta embadurnar de colores. Seguramente se copiaron algunas casas pintadas de otros lares (Tirana, Breslavia, etc.). ¿A alguien se le ocurriría pintar las casas de algunos pueblos de Andalucía (Setenil de las Bodegas, Olvera…) cuyo blancor penetra tan dentro que hasta se hace blanco el corazón?

La pintura, los colores hay que dejarlos para lo que están. Para iluminar el suelo de la Catedral al atardecer, para que Zurdo se explayara con sus vidrieras (cuya ánima se los llevó al más allá), para los cantos Alberti: «Los posibles en ti nunca se acaban./ Las materias sin término te alaban./ A ti, gloria y pasión de la pintura» ( A la Pintura ).

El alcalde explica en una entrevista que se ha peatonalizado —y pintado— la avenida de Ordoño II por «la apuesta de ciudades verdes, ciudades ecológicas, ciudades sostenibles».

Nada de ello coincide con el embadurnamiento de color de un paseo, avenida o calle. Porque una ciudad sostenible es aquella que produce bienestar, ausencia de CO2, de consumo justo, de limpieza… ¿Qué se añade a la sostenibilidad de la ciudad con la ocurrencia de manchar de pintura la calle?

Una ciudad ecológica es aquella que respeta la naturaleza, se adorna de verde natural, prima la limpieza por encima de todo, recicla los residuos, etc. Pero no es ecológico sino una eutrapelia romper artificialmente el entorno del ciudadano, su cotidiano paseo, su tradición conciudadana, su ancestral caminata.

Una ciudad verde a la que aspira el alcalde, no es aquella que se ha de pintar de verde o de otros colorines. El verde que se necesita es el árbol, los setos, las flores, los jardines. Cada cosa en su sitio, el asfalto con su color de andadura, la calle con su sabor a tradición, el paseo con el alma de viandante. Las ocurrencias deben dejarse encerradas en la sede de los partidos políticos y dejar al paseante con su naturaleza en aras de su virginal acompañamiento, sin aditamentos artificiales. Que no se mancillen las calles; se empieza coloreando y se acaba pintando el logotipo del partido en el poder. No demos ideas.

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